Andamos en plena globalización con un uso generalizado en abundancia de tecnologías de la comunicación y de la información, implantación mundial de comercios más fluidos regidos por reglas de economías neoliberales, rutas y cambios constantes de pensamiento e ideales , familias y educación han pasado al 5º puesto en atención frente a los mundos del agua, energía o cambios climáticos. Estamos en estado de ebullición donde lo que ayer era amarillo hoy es azul marino y, así se vienen planteando ya hasta  los  nuevos tipos de ciudades. Un cruce de caminos más que explosivos. 

Ante este conglomerado, la universidad no debe permanecer pasiva, pues es ahí donde se forjan los líderes del futuro y se van originando las distintas simientes de una posible nueva cultura. A falta de un año para las elecciones nos hemos de cuestionar cuáles serían los rasgos que deben configurar estas instituciones si las diversas opciones políticas, en breve, desean vendernos y obsequiarnos con nuevas concepciones si es que lo han pensado.

Para ello, hemos de tener claro cuáles son las notas distintivas que debe presumir una buena universidad, así, la que ayuda a sus alumnos en la búsqueda de la verdad sin restricción alguna y que tal búsqueda sea el fundamento de las libertades académicas. Pensemos por un momento en sus antecedentes con las escuelas catedralicias. Les recuerdo el Código de las Siete Partidas de Alfonso X El Sabio, y la concordancia existente con la que formularía siglos después John Henry Newman  donde se dejaba constancia que la Universidad es la corporación de maestros y estudiantes ante los distintos saberes que se completan, corrigen y equilibran mutuamente. Se decía sobre “verdad”: objetivo de toda ciencia, de la mano del influjo que las ciencias ejercen sobre aquellos cuya educación consiste precisamente en estudiarlas. 

A partir del mayo francés del 68 la Universidad quedaría tocada y es claramente infame que La Carta Magna Universitaria de Bolonia en 1988 la palabra “verdad” ya desaparecía. A partir de ahí, el hoy universitario más que buscar la verdad es hacer de la eficacia el fin último del quehacer universitario, así, la eficacia nos va a conducir al peligro de avalar que el “fin justifica los medios”.

El servicio de la verdad, con el tiempo, ha requerido que nuestras universidades se ocupasen de ordenar, jerarquizar y armonizar las verdades alcanzadas en las distintas áreas del saber. Ortega y Gasset  nos dejaría constancia: “Urge, pues, una nueva integración del saber, que hoy anda hecho pedazos por el mundo”. El diálogo interdisciplinar normalmente ha sido el medio para establecer tal armonía y, el eje de articulación es sin duda el ser humano. Con ello, una vez más, otorgamos una gran importancia al estudio y a la investigación de las Humanidades, no deseadas para nada por los actuales partidos políticos que están en el Congreso, y que dan razón de los aspectos fundamentalmente humanos. Recordamos una vez más que las Humanidades han sido la tierra fértil, el humus en la que se han enraizado los distintos saberes.

Estarán de acuerdo que los años universitarios son un momento crucial en las vidas de nuestros jóvenes y la universidad tiene la obligación de darles la formación integral que les corresponde no limitándose a una simple instrucción científica sino propiciar de veras toda condición necesaria para que los valores previstos forjen personalidades cabalmente humanas. Ante las próximas elecciones hemos de desear que se ofrezcan garantías para alcanzar dichas metas y propugnar como objetivo el servicio de la verdad donde su estilo se sustenta en tres grandes pilares: la búsqueda, la libertad , y el diálogo y la amistad.

Si opinamos que la tarea de integración de las verdades tiene como eje a la persona humana, es lógico, por coherencia intelectual, que nuestros universitarios deban llegar al conocimiento a la siguiente cuestión: ¿Cuál es mi verdad, aquella que da sentido a mi vida? La respuesta debe ser el telón de fondo de toda vida universitaria.

¿Cómo la puedo llegar a conocer? ¿Cómo se conoce? Necesitamos para ello una sinceridad para con nosotros mismos claramente intelectual ya que ello requiere encararnos con nosotros mismos y con nuestra conciencia, apertura total, teniendo en cuenta que tal verdad no es para siempre y se nos va desvelando todos los días a lo largo de nuestra vida. Junto a tal pensamiento, característica clave de la persona, hemos de sentirnos y sabernos protagonistas irremplazables de nuestras vidas.

La libertad de cada universitario exige que acepte con responsabilidad el protagonismo que le corresponde en su vida, profesores con competencia profesional y un comportamiento en el intento de perseguir una vida irreprochable. De los alumnos deseamos que asuman el liderazgo de su formación, que no se limiten a aprender lo que les den, sino que exijan que se les ayude a aprender. Será un momento clave para desplegar con autonomía y creatividad una labor profesional responsable.

Otro tema fundamental: la defensa de la libertad de los demás, para poder reclamar legítimamente la de uno, donde entraña la creación de un espacio de libertad amplio y transparente para toda la comunidad universitaria, aunque la conquista de la propia libertad es un proceso de aprendizaje que dura toda nuestra existencia. 

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