Opinion Hernán Martín 11/08/2022

Por prejuicios, maldad e ignorancia, avanza la rusofobia en todo el mundo

Desde que comenzó la guerra en Ucrania, gobiernos, instituciones, empresas y simples ciudadanos han atacado sistemáticamente a las personas nacidas en Rusia, incluso si estas personas no comparten la política del presidente Vladimir Putin

Rusofobia

Un fantasma recorre Europa (en realidad, todo el planeta) y se llama rusofobia: odio patológico a todo lo ruso. 

Desde que comenzó la guerra en Ucrania, gobiernos, instituciones, empresas y simples ciudadanos han atacado sistemáticamente a las personas nacidas en Rusia, incluso si estas personas no comparten la política del presidente Vladimir Putin. 

Esto sucede aquí mismo, en España, y Manuel Castillo, presidente de Po-Russky, una asociación de Almería que se encarga de ayudar a personas nacidas en Rusia a tramitar pasaportes en nuestro país, dio detalles muy precisos al respecto: “Hay acoso en las escuelas y en los institutos, en los trabajos, en los bancos y en las redes sociales. Incluso ha habido agresiones a mujeres simplemente por hablar ruso y ya están denunciadas a la Guardia Civil”.

¿De dónde viene todo esto?

Bajada de línea.

 Sara Uceda, directora del Departamento de Psicología de la Universidad de Nebrija, explica que los países occidentales han aprobado fuertes sanciones contra Rusia por invadir Ucrania, y esto hace que “la población esté recibiendo este mensaje y siendo sensible a él: si los ciudadanos observan cómo se impide que los artistas actúen en suelo europeo o cómo se echa a equipos rusos de competiciones europeas, esto se tiende a generalizar y, cada uno en su parcela, tiende a rechazar productos o personas con origen ruso”.

         En pocas palabras, las personas reciben un mensaje desde instituciones importantes, a las que consideran sus referentes culturales o sociales, y lo replican en su vida cotidiana, sin poner en duda su validez. 

Los ejemplos sobran, pero veamos cuatro, de mayor a menor: el Teatro Real canceló las actuaciones del Ballet Bolshói; se cuestionó la continuidad del Museo Ruso en Málaga; un bar de Coruña se negó a atender rusos; y una sala de conciertos de Barcelona dejó de servir vodka “por solidaridad con Ucrania”. 

Mira Milosevich, investigadora del Real Instituto Elcano, califica todo esto como algo “disparatado”: “Una cosa es condenar al régimen de Putin y otra cosa es la condena a la cultura rusa y, por supuesto, a todos los rusos. Hay cultura rusa, hay rusos y hay un régimen de Putin. Son tres cosas diferentes”.

Olga Shuvalova, presidenta de honor de la Unión de Organizaciones de Compatriotas Rusos en España y Andorra, sintetiza lo que ocurre como una “rusofobia tonta”: “Lo que está pasando es una rusofobia contra el mundo ruso, contra lo ruso en general, todo lo que abarca, incluso la cultura rusa y es algo absurdo porque lo que hace es empobrecer a todos”.

Estos hechos, lamentablemente, ocurren en todo el mundo, no solo aquí. En Francia, por ejemplo, el Centro Cultural Ruso de París fue víctima de actos vandálicos y su director Konstantin Volkov pidió que los periodistas sean más cuidadosos a la hora de dar información: “Estamos asistiendo a una verdadera histeria antirrusa. Hay que transmitir otra visión”. 

En Argentina la rusofobia es todavía más fuerte porque allí se atrevieron a atacar la Iglesia Rusa del Patriarcado de Moscú, la catedral ortodoxa más importante de Sudamérica, ubicada en la ciudad de Buenos Aires.

“Solo una mente enferma puede vandalizar una catedral donde se reza por la paz y por las almas”, advierte Leonardo Golowanow, y agrega: “Asimilar a Putin con Stalin, una figura muy crítica, no pareciera tener lógica. Pero prendés cualquier canal de televisión y te van a decir que Putin es un criminal y que hay que juzgarlo como criminal de guerra. Hay inadaptados que me escriben y me acusan de crímenes de lesa humanidad porque tengo una opinión distinta a la de ello. No se lanzan misiles desde la catedral ortodoxa a ninguna parte”.

Monseñor Leonid, obispo de la Diócesis de Sudamérica de la iglesia Ortodoxa Rusa, comparte esa opinión y acusa a determinados medios de fomentar un mensaje de odio contra el pueblo y la cultura rusa: “Si quieres entender la situación, escucha a ambas partes. Actualmente la mayoría de la gente en Argentina no tiene la posibilidad de obtener información alternativa, de escuchar un punto de vista diferente. Si miras lo que ocurre a través de la mirilla de una puerta, ¿qué puedes ver? Esta es, en mi opinión, la principal razón del crecimiento de la rusofobia”.

         Ni siquiera Inglaterra, uno de los países más cultos y civilizados del mundo, está a salvo de los prejuicios: la National Gallery de Londres decidió cambiar el nombre de un cuadro de Edgar Degas, “Bailarinas Rusas”, por “Bailarinas ucranianas”, para evitar cuestionamientos o ataques de los visitantes.

         Algo todavía peor sucedió en Wimbledon, el tradicional torneo de tenis británico, donde a los jugadores rusos se les impidió participar, lo que dejó fuera de competencia a Daniil Medvedev, número uno del mundo, y Andrey Rublev, número ocho del mundo.

Mariya Lasitskene, triple campeona mundial de salto en alto, denunció públicamente la discriminación que sufre ella y todos los deportistas soviéticos desde que se inició la rusofobia.

En una carta abierta al presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), el alemán Thomas Bach, la joven declaró: “Echarnos no detuvo la guerra, sino que creó una nueva en torno al deporte. Nada de esto debió haber sucedido jamás y ningún argumento me convencerá de lo contrario”. 

Ni siquiera los atletas paralímpicos se salvaron: el Comité Paralímpico Internacional (CPI) ordenó sacar de los Juegos Paralímpicos de Beijing 2022 a todas las personas nacidas en Rusia y Bielorrusia. 

Giacomo Turci, antropólogo italiano, tiene una teoría sobre el origen y el objetivo de esta creciente ola de rusofobia que recorre el mundo, como un fantasma aterrador. 

“En términos generales, es cierto que los gobiernos y los grandes medios de comunicación fomentan los sentimientos de miedo y odio hacia Rusia”, explica el intelectual, y cierra su comentario con una reflexión muy preocupante: “Está claro que la rusofobia, que hoy incluye vergonzosas campañas de condena y censura de la cultura rusa y de los ciudadanos individuales como tales, es un arma ideológica útil para justificar una carrera armamentística a gran escala en Europa, algo que parecía difícil de proponer hasta hace poco”.

Para resumirlo en pocas palabras: “Tengan miedo, mucho miedo”.

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