Opinion MARIANO GALIÁN TUDELA 12/12/2022

ESPAÑA, EUROPA Y OCCIDENTE

Cualquier genuina crisis histórica lleva tiempo siendo intelectual y moral, pues afecta de lleno al sistema de ideas, creencias, principios y valores, todos ellos vigentes en la sociedad

MARIANO GALIÁN TUDELA

España, Europa y casi todo Occidente se encuentran en crisis y, no solo se trata de crisis económica, financiera o de otras índoles. Cualquier genuina crisis histórica lleva tiempo siendo intelectual y moral, pues afecta de lleno al sistema de ideas, creencias, principios y valores, todos ellos vigentes en la sociedad. Es posible que algunos tengan dificultad en realizar un buen diagnóstico y el reconocimiento de su propia existencia.

De todas maneras, ante tal ciénaga, lo peor que nos puede pasar podría ser no saber lo que nos sucede y, posiblemente, los dichosos muros financieros podridos no nos dejen ver los auténticos bosques repletos de moral devastada. 

Miremos un poco algunos síntomas. El optimismo democrático y liberal se esfumó de un día para otro. Las naciones europeas liberadas de tiranías comunistas parcialmente quedaron liberadas, pero les esperaba otro yugo, benigno y sutil en apariencia, pero no menos yugo: hablamos del derivado del derrumbe moral de Occidente. El derrumbe de las Torres Gemelas nos daba un aldabonazo ante nuevos tiempos trágicos y, una amenaza de tal naturaleza es aún peor si el agredido se encuentra sumido en una aguda convalecencia moral. Ya ha transcurrido algún tiempo que la crisis económica andaba ya de capa caída.

Por aquellos tiempos, ya el Senado español aprobaba una inicua ley que convertía en derecho la eliminación de los seres humanos no nacidos. Por un lado, se aplaudía en Naciones Unidas un viva a la vida y se repudiaba la pena de muerte. Desde aquellos históricos años todo ha sido un sin sentido en Estados Unidos, Europa y nuestra España. Y desde hace años observamos como la crisis española es la crisis europea y occidental, donde cada año se va agravando mucho más. En pocos años se ha acelerado de manera desmesurada todo el mal que se puede dirigir hacia el ser humano.

Ello quiere decir que vivimos en una grave crisis moral derivada de la aparición y triunfo de un nuevo tipo de persona: el hombre-masa en rebeldía. Son pocos, pero suficientes los que piensan que una única cosa es capaz de salvar tal desventura “volver a caer en la cuenta de que toda persona es un ser constitutivamente forzado a buscar una instancia superior. Si logra por sí mismo encontrarla, es que somos personas de vanguardia; si no, es que seguimos siendo personas-masa”.

La mujer, el hombre occidental, viven profundamente desmoralizados y conviene mirar hacia atrás, al menos 300 años, para determinar el origen y comprender la naturaleza de la crisis. Mientras que son muchos los que se quedan adheridos a las cotizaciones de la Bolsa o en datos dispares de crecimientos económicos y del empleo, no comprenderemos nada de lo que está pasando en nuestras raíces más profundas. política y economía pertenecen a la superficie de la vida social, no a la profundidad de nuestros subsuelos. 

Tenemos a nuestras espaldas las consecuencias de una barbarie que no nos amenaza más allá de nuestras fronteras, sino que vive entre nosotros, incluso gobernándonos. Piensen por un momento que la barbarie interior es la más difícil de diagnosticar, pero no la más difícil de combatir. Un paso decisivo consiste en intentar adjuntar la concepción moral dominante hoy en Occidente.

Y lo primero que observamos es que carecemos de una concepción compartida acerca de la realidad, de la persona, del bien y del mal. Un tema es el pluralismo y otra Babel. Esta discordia radical sólo se puede superar acudiendo a lo que, desde sus orígenes, ha constituido el ser y la razón de ser de Europa. La concepción moral quizá dominante o mayoritaria está siendo una especie de amalgama entre hedonismo, utilitarismo y emotivismo éticos. El conjunto, más que una moral está siendo un atentado contra la moral.

Existe la impresión de que el subjetivismo tiene más de culpa de lo que pensamos y, con él, la afirmación de la soberanía absoluta del individuo. Y así, llegamos a pensar que la liberación de la persona transita por la eliminación de todas las trabas a la libre expansión de sus deseos vitales, y que toda idea de la existencia de deberes entraña un camino de servidumbre.

Llegaría a pensarse que la libertad consiste en la supresión de disciplinas y deberes. Más aún, invirtiendo el orden jerárquico natural de los valores, los inferiores son estimados como absolutos, y los más elevados, menospreciados como relativos. La persona en sí no es el señor de los valores y de la verdad, sino su siervo y testigo. Hemos de tener que volver a aprender y a escuchar esa voz soberana que viene de nuestras profundidades y también de lo alto.

Si todo lo anterior no fuese erróneo la solución de las diferentes crisis serían tan relativamente sencillas como lo puede ser la autenticidad, pero no residiría en nada nuevo, extraño o difícil, sino en la recuperación del verdadero ser de Europa, no en la vuelta al pasado, sino en la continuidad con él. En este sentido, cabría hacer una afirmación, una afirmación paradójica:

Europa es el problema, y Europa es la solución. Pues va a resultar que la crisis es moral y, por tanto, filosófica, que nuestros males proceden del luciferino pecado de soberbia, y que su solución reside en la sumisión de los hombres y mujeres a la disciplina de los deberes, esto es, a una instancia superior.

Nuestra crisis no consiste en la emergencia de una nueva moral, sino en la pura negación de la moral. Nuestro ilustre Ortega comentaría “Esta es la cuestión: Europa se ha quedado sin moral. No es que la persona-masa menosprecie una anticuada en beneficio de otra emergente, sino que el centro de su régimen vital consiste precisamente en la aspiración a vivir sin supeditarse a moral ninguna”.

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