Mi recuerdo estos días a Angela Merkel cuando subrayaba la necesidad de que la sociedad alemana debería descubrir sus raíces cristianas y que los valores cristianos era algo más que puro sentimentalismo. Imaginaos a estas alturas nuestra querida España.

La canciller alemana hablaba en el congreso federal de su partido sobre la integración de los musulmanes en Alemania de la siguiente forma: “No es cierto que tenemos demasiado Islam; lo que tenemos es muy poco cristianismo, apenas hablamos ya sobre la visión cristiana de la persona”. Merkel se limitaba a constatar lo obvio pues no podríamos preguntar, ¿Qué sentido tiene exigir  a los inmigrantes musulmanes que respeten los valores básicos de la identidad europea si ni siquiera los europeos tienen claros cuáles son esos valores ni de dónde proceden?.

Frente a quienes se inclinaban por señalar la Ilustración como la principal raíz de la herencia europea deberíamos recordar que no se puede tirar por la borda todo lo que acaeció antes.

“Es sencillamente un hecho histórico que la idea de Europa y los valores europeos como la libertad, la igualdad ante la ley o la solidaridad no nacieron ex nihilo a finales del siglo XVII con los pensadores ilustrados. Esencial para la formación de la identidad europea y sus valores fue la síntesis que realizó el cristianismo entre Atenas, Roma y Jerusalén. Ese dato suele silenciarse por el “fundamentalismo laicista”, un nuevo modo de la izquierda europea que ha pretendido denigrar la contribución del cristianismo a la civilización europea a base de distorsionar la historia y de crear leyendas negras como la de la “oscurantista Edad Media”.

El problema no solo viene del mundo laico. Desde mediados de los años cincuenta del siglo pasado, muchos cristianos europeos han ido reduciendo poco a poco su fe cristiana hasta dejarla en un humanitarismo vacío sobre la tolerancia y la igualdad”; valores que son asumidos de forma rutinaria y al margen de su significado más profundo. La expresión más refinada de este modo de pensar podría sintetizarse así: “Adiós Tomás de Aquino, bienvenido John Rawls”. En efecto, si el cristianismo no es más que una mezcla de tolerancia light , procedimientos políticos y buenos sentimientos, ¿qué diferencia a un cristiano de los que no lo son?

Menos mal que todavía hay pensadores ilustrados que no están dispuestos a pactar con esta versión de la historia. Ahí está Jügen Habermas, un pensador que se describe a sí mismo un “ateo metodológico” y que, sin embargo, no tiene inconveniente en reconocer la herencia cristiana de Europa.

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