Zapatero, la semilla que explica la España de hoy

Zapatero diseñó una España en la que sólo cabían los herederos del Frente Popular

Zapatero, Pedro Sanchez

Algo se rompió aquel fatídico 11 de marzo de 2004 en que casi 200 vidas fueron segadas en los trenes de Atocha, Santa Eugenia y El Pozo. Una nueva era se abría paso aunque entonces fuera difícil advertir la voladura del espíritu de la Transición y la reconciliación entre españoles.

Faltaba perspectiva, y eso que muy pronto comprendimos que se trataba del mayor atentado terrorista de la historia de España. Lo decisivo, sin embargo, sucedería tres días después en unas elecciones generales que el PSOE tenía perdidas pero que ganó finalmente merced a un vuelco histórico en las urnas en apenas 72 horas. 

Zapatero se convertía en presidente del Gobierno contra todo pronóstico gracias al hábil y rápido sometimiento de la opinión pública ejecutado por medios afines como la cadena SER, que difundió informaciones falsas como que en los trenes había terroristas suicidas.

Además, el PSOE no tuvo reparos en violar la jornada de reflexión en la que intervino Rubalcaba («merecemos un Gobierno que no nos mienta») mientras la sede del PP era rodeada, entre otros, por un jovencísimo Pablo Iglesias, aprendiz de agitador e hijo político de Zapatero.

 Al luto inicial le siguió una montaña de mentiras cocinadas al alimón en los despachos del poder político y mediático (PSOE-García Ferreras), que lograron pastorear al pueblo en tiempo récord. De algún modo, todo lo que ocurrió en esos tres días de marzo fue un preludio de la España que estaba por venir.

El 14-M, por tanto, el PSOE volvía al poder ocho años después de la derrota felipista y España proyectaba al mundo la imagen de un país débil y pusilánime que se arrodillaba mientras los cadáveres de 192 de sus compatriotas seguían calientes. 

Un mes después Zapatero fue investido presidente gracias al respaldo del separatismo y la extrema izquierda, desde entonces socios naturales del PSOE. Los votos de ERC, IU, Coalición Canaria, BNG y CHA no eran unos apoyos circunstanciales sino la reedición del Frente Popular que, 19 años después, ya nadie se toma a broma.

Muy pronto Rodríguez Zapatero comenzaría a proyectar su obsesión con los años 30 hablando de su abuelo fusilado en la Guerra Civil y declarándose «rojo». La traducción política se plasmó en la ley de memoria histórica que reescribía los hechos acaecidos en la contienda dividiendo a los españoles entre buenos (bando republicano) y malos (bando nacional).

Prueba de que era una cuestión personal y revanchista, Zapatero cenó con Santiago Carrillo el día que retiró la última estatua de Franco en Madrid.

A mitad de camino entre el adolescente que juega a la revolución y el adulto con complejo de mesías, Zapatero diseñó una España en la que sólo cabían los herederos del Frente Popular. Meses antes de su victoria electoral firmó un cordón sanitario contra la derecha en el pacto del Tinell comprometiéndose a excluir al PP de cualquier pacto de Gobierno. 

De este modo, Zapatero supeditó la dirección y el bienestar del Estado a los intereses de la ERC de Carod Rovira, el PNV de Ibarretxe o la Batasuna de Otegui. Todos han pactado con los socialistas, desde ETA en el País Vasco (liberación de Juana Chaos) a estatutos de segunda generación como el catalán, del que Zapatero se atrevió a hacer un vaticinio en 2006:

«Dentro de 10 años España será más fuerte y Cataluña estará mejor integrada en España». Su predicción, por supuesto, saltó por los aires el 1 de octubre de 2017 cuando Puigdemont celebró un referéndum ilegal de independencia.

Pero su revolución fue sobre todo ideológica. El zapaterismo aprobó su ley de educación (LOE), que creaba la asignatura Educación para la Ciudadanía, devaluó la Religión como optativa y estableció en el 55% las materias comunes en regiones con lengua cooficial. Además, Zapatero sembró la semilla de la ideología de género y el ataque a la vida con leyes como la del aborto.

Por encima de todo hay dos rasgos fundamentales del zapaterismo: la revolución antropológica y el mantenimiento de su legado gracias a la colaboración del PP, que no derogó ninguna de sus leyes. Rajoy, tras sacar a millones de personas a la calle en protesta por la negociación PSOE-ETA, excarceló al terrorista Bolinaga igual que su antecesor socialista a De Juana Chaos.

El zapaterismo, en definitiva, fue la semilla que explica el sanchismo e incluso el advenimiento de Podemos, que se encontró el camino asfaltado cuando llegó a las instituciones en 2014. Diez años antes el Gobierno socialista tejió sus principales alianzas con la Venezuela de Chávez y la Bolivia de Evo Morales, de modo que hoy no es una sorpresa que España cuente entre sus principales aliados a narcodictaduras como la de Maduro, corruptos como Lula en Brasil o la Bolivia de Luis Arce que encarcela a la oposición.

Todo eso, en realidad, ya ocurrió con Zapatero.

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