Se imaginan a Macrón, presidente de la grandeur francesa prometiendo a los corsos millones de euros para abrir embajadas en 16 naciones, algunas de ellas enemigas declaradas. O a Putin abriendo la mano en Chechenia. O a Felipe VI criticando a Podemos. O al presidente de la Coca-Cola anunciando subvenciones a la Pepsi-Cola. Nosotros, en España, sí se puede y no se mueve un músculo, acaso alguna protesta del fascismo o de algunos columnistas que se juegan el sueldo. Hay una máxima desgraciada, el poder corrompe y corrompe intensamente.

La pregunta es de cajón ¿el presidente del Gobierno debe dejarse chantajear por el separatismo para seguir en la Moncloa. O poner en riesgo al país y a sus aliados. Vale tanto como casi 46 millones de españoles en sus años más complicados y arriesgados. Quién o quiénes pueden desalojarlo de la Moncloa como al rey de la Zarzuela, emérito?

Y por último, estamos viviendo años como los emperadores romanos, pisoteando el estado del Derecho y por ende el de Bienestar. No sabemos si con la ley en la mano un presidente del Gobierno, llámese Rajoy o Pedro, puede ser denunciado ante los tribunales de justicia, constitucional o supremo.

El caso es que -triste disyuntiva, y penosa- que el Gobierno de España ha caído en manos de cinco partidos separatistas, en cuyas manos tienen los destinos de una de las naciones más antiguas del mundo, a la que se desea dinamitar con la ayuda de unos locos de estados extranjeros que asesinan masivamente, genocidas que están amenazando de una tercera guerra planetaria. No es una broma o derrotismo, se trata de liquidar al ser humano robando nuestras libertades y vidas.

Estamos en guerra desde hace quince años, armada, social, económica y ética. Hasta las religiones se ven envueltas en un cambio brutal cuando debiera ser un cambio, necesario, pensando que la condición humana puede resolver problemas, como cuando nos enseñaban matemáticas en las escuelas, sin teoremas de Tales, ni plantearnos salidas filosóficas epicúreas.

Sino razonablemente, sensatez y deontología. Es complicado, pero pudiera ser viable. Aquí, algo menos dúctil. Ahí tenemos, de nuevo el virus, la semana santa, las fiestas de primavera y el carnaval político que infecta a los más débiles. Y una fantasía, si Sánchez tuviera madera de estadista, ahora, ya, en estado de emergencia, rompiera con los delincuentes políticos y sus mafias, y convocara elecciones con dosis de talento, quizás el electorado haría justicia a los dos grandes partidos. No se trata de ser valientes, simplemente, de hacer un futuro mejor, y el futuro se hace dando pasos de frente.

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