De todos es sabido que las guerras son crueles y sacan lo peor del ser humano. Sin embargo, nunca pensamos hasta que punto. Hoy hablaremos de un ejemplo terrible que se dio en el lado soviético durante la Segunda Guerra Mundial: la Orden 227.

 Situaciones desesperadas, medidas desesperadas
Hasta la primavera/verano de 1942, la Unión Soviética, con ayuda del duro invierno ruso, había conseguido detener el avance alemán que se produjo a finales del año anterior con el inicio de la invasión nazi de la URSS en el marco de la llamada Operación Barba roja. Los soldados y maquinaria de guerra alemana no estaban preparados para soportar el duro clima invernal ruso. A Hitler le pasó lo mismo que a Napoleón en 1812 y Stalin veía la victoria más cerca. Pero todo lo bueno se acaba y cuando la nieve empezó a derretirse, el ejército alemán reanudó la ofensiva. Y los alemanes fueron implacables.

Entre los meses de mayo y julio, el ejército rojo fue incapaz de parar las tres columnas del ejército nazi que se dirigían a Leningrado (actual San Petersburgo), a Stalingrado (actual Volgogrado) y hacia los pozos petrolíferos del Cáucaso, respectivamente. Los soldados soviéticos estaban desmoralizados y Stalin enfadado. El líder comunista estaba viendo como las fuerzas de Hitler avanzaban sin problemas hacia la segunda ciudad del país, hasta la ciudad que era su orgullo personal por llevar su nombre y hacia la fuente de recursos más grande del país, sin apenas resistencia por las múltiples derrotas y las deserciones dentro de su ejército.

Es por todo eso que Iósif Stalin tomó una severa decisión. El 28 de julio de 1942, Stalin decretó la Orden 227 del Comisariado del Pueblo para la Defensa de la Unión Soviética, el departamento militar de la URSS dirigido por el propio Stalin como líder omnipotente que era.

 ¡Ni un paso atrás!
Esta orden fue un comunicado que básicamente promulgaba el “ni un paso atrás”; buscaba acabar con las retiradas y las deserciones dentro del ejército soviético al estilo Stalin: con intimidación y severidad. En este texto, donde el propio Stalin se explayaba, relataba la situación que vivía la URSS con el ataque nazi y su avance por tierras rusas y atacaba a todos aquellos soldados que con su huida del frente estaban avergonzando a la patria y a su pueblo al ver a un ejército que ya no era aquel ejército duro y respetado que fue. Para acabar con todos esos “traidores a la Patria”, el líder comunista ordenaba defender hasta el final cada palmo de tierra, cada ciudad y cada pueblo hasta el final.

¿Y cómo se iba a acabar con los traidores? La respuesta para Stalin era sencilla: acabar con ellos, literalmente. Según la norma, en cada frente se debían establecer hasta 5 unidades de guardia con la única misión de ejecutar a los derrotistas, cobardes y desertores. Por su parte, los altos oficiales no podían tampoco promover la retirada o se enfrentaban a un consejo de guerra. ¿Y qué pasaba con los “cobardes” que conseguían regresar a casa? La Orden 227 también contemplaba actuar contra ellos. Los guardias los iban a buscar y “para que se redimieran de su pecado hacia la Madre Patria” eran llevados a formar parte de una “compañía de castigo” o “batallones penales” a primera línea y a las zonas más peligrosas del frente.

La política del “¡Ni un paso atrás!” fue bastante desastrosa, con algunas derrotas importantes como la que sufrieron en Kiev y la norma fue suprimida en octubre del mismo año 1942, ya que los oficiales ni la cumplían. Aun así, las unidades de guardia no serían disueltas hasta 1944. Como hemos dicho, la Orden 227 no consiguió darle la vuelta a la guerra y no sería hasta la llegada del invierno de 1942 que se dieron de nuevo las tornas en la guerra a favor de los soviéticos, con importantes triunfos como el de Stalingrado.

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