Ya desde sus inicios, la Iglesia cristiana ha vivido momentos en los que se ha dividido a causa de las diferentes contradicciones o confusiones que puede llevar todo movimiento, sea del tipo que sea. Es más que conocida la división que se produjo en el siglo XVI entre católicos y protestantes, pocos conocen la que se podría considerar la primera gran división en esta religión entre dos maneras de entender la figura de Jesucristo. Hoy hablaremos de la historia del Arrianismo.

 Un concilio para unirlos a todos
Estamos a principios del siglo IV. Después de muchos años de estar perseguidos, los cristianos dejan de estarlo con el Edicto de Milán del 313 promulgado por el emperador romano Constantino I. Este emperador vio el potencial que tenía la Iglesia cristiana para que sirviera al Estado a nivel administrativo y político gracias a la estructura organizativa que poseía y que el Imperio no. Sin embargo, al aceptar la fe cristiana en el 314, el emperador descubrió que el cristianismo no estaba tan unido como parecía, ya que, al ser una religión relativamente joven, constaba con diferentes comunidades cristianas que tenían diferentes visiones de la religión.

Para resolver dicho problema, Constantino I promocionó y apoyó al obispo Osio de Córdoba para la celebración de una gran reunión de obispos y altos cargos de la Iglesia para tratar las diferentes cuestiones que se estaban debatiendo y así poder crear una doctrina única. De esta manera nació la idea de convocar el primer concilio ecuménico de la historia de la Iglesia cristiana.

El Primer Concilio de Nicea se celebró entre mayo y julio del año 325 en la ciudad de Nicea de Bitinia, la actual ciudad turca de Iznik. Fueron convocados a esta reunión unas 1800 autoridades religiosas, pero ni de lejos llegaron todos. Hay textos contemporáneos de la época que hablan de 300 personas y prácticamente todas venían de la zona oriental del Imperio Romano. En el concilio se trataron diferentes temas que eran fuente de debate entre las diferentes comunidades cristianas, como ya he mencionado, aunque la que más debate despertó fue la cuestión sobre la divinidad de Jesucristo.

Por un lado, un amplio sector de los asistentes en Nicea creían en la Santísima Trinidad que era la doctrina que defendía que Cristo era divino, porque Dios Padre, Jesús Hijo y el Espíritu Santo eran divinos y uno solo. Por otro lado, teníamos a varios obispos que seguían la postura del obispo Arriano de Alejandría que defendía que Cristo fue creado por Dios y que, por lo tanto, no era divino. Esta postura se llamó Arrianismo. Ambas doctrinas estaban fundamentadas en textos y párrafos de la misma Biblia, pero, tras algunas coacciones y tretas, el Trinitarismo, la doctrina de la Santísima Trinidad fue la aprobada para que entrara en el Credo Nicero, el credo que todavía sigue vigente y, por lo tanto, el Arrianismo fue declarado herejía y los obispos arrianos, empezando por el propio Arriano, fueron expulsados de sus puestos y fueron perseguidos por el propio emperador.

Aun así, esta persecución duraría muy poco porque Arriano y los demás obispos fueron perdonados y volvieron a sus hogares donde siguieron predicando el Arrianismo. Arriano de Alejandría moriría en el 336 y Constantino I El Grande murió al año, siendo bautizado en su lecho de muerte por el obispo Eusebio de Nicomedia, obispo defensor del Arrianismo. Las cosas de la vida.

 Una doctrina de menos a más
Tras la muerte de Constantino I que, técnicamente, murió abrazando la fe arriana que tanto repudió, lo sucedió su hijo Constancio II que se reconoció como emperador arriano. Por lo tanto, el Credo Niceo quedaba sin usar prácticamente desde el principio. El nuevo emperador, para expandir el Cristianismo, ordenó a Eusebio de Nicomedia a que fuera a evangelizar a los nuevos pueblos bárbaros que se estaban empezando a instalar dentro del imperio, los godos. A su vez, el obispo nombro obispo al godo Ulifilas para que le ayudara en la tarea. Estos dos, por lo tanto, evangelizaron a los pueblos germanos en el cristianismo de fe arriana con todo lo que conllevaba.

Entre los años 335 y 375, el Cristianismo y el Arrianismo sufrirían perdida de apoyo imperial, ya que los emperadores que sucedieron a Constancio II no estaban por la labor de defender la fe cristiana hasta que llegó Valente, el cogobernarte imperial, junto a Valentiniano I que volvieron a abrazar la fe arriana y hasta se dedicaron a perseguir a los creyentes no arrianos. Valente, tras la muerte de su hermano Valentiniano, quedó como emperador único y siguió una política de expansión del Arrianismo y patrocinó el establecimiento de los pueblos godos dentro del imperio, sobre todo porque muchos de estos ya eran arrianos.

 El fin del Arrianismo
La época dorada del Arrianismo y la no implantación del Credo aprobado en el Concilio de Nicea llegaría a su fin con el sucesor de Valente: Teodosio I.

En el año 379 llegaba este hispano al trono imperial para cambiarlo todo porque, en el 380, promulgó el Edicto de Tesalónica o también conocido como el Edicto “A todos los pueblos”. Después de 55 años desde la celebración del Concilio de Nicea y de la redacción del Credo Niceo para unificar y uniformar la fe cristiana, con este edicto, Teodosio oficializaba el Cristianismo aprobado en Nicea y, por lo tanto, se imponía la idea de la Santísima Trinidad.

El Arrianismo, que había perdido la “batalla de Nicea” pero que parecía que había ganado la “guerra” con los años gracias al apoyo de los propios emperadores que apoyaban esta doctrina, finalmente quedaba declarado de manera oficial como herejía. Pero este fin no se podría visibilizar hasta prácticamente dos siglos después, cuando el pueblo más arriano que existía, el visigodo, se pasó a la fe católica con la conversión del rey Recaredo y de la nobleza visigoda del reino de Toledo en el año 587.

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