Cuando en la noche del pasado jueves las televisiones, las emisoras de radio y los modestos digitales nos arrojaban cantidades  de imágenes, palabras de grueso calibre y ataques al estado de derecho, nos sentimos indefensos y con cierto miedo de cara al futuro. España se la juegan al póquer en  un Parlamento agresivo y amnésico, porque en este país hay millones de ciudadanos y ciudadanas al borde de la pobreza a largo plazo.

Entonces, los más veteranos nos acordamos de Adolfo Suárez, de cómo se firmaron los PACTOS DE LA MONCLOA, se redujo a los golpistas y se abrió un camino a la esperanza a pesar de que ETA mataba, asesinaba y secuestraba, y los separatistas catalanes no se exaltaban, como ahora, exigiendo la trampa de una consulta previa a un referéndum.

Es verdad que en aquellos años duros la élite política de todos los partidos contaban con gente de talla, preparada y cultura capaces de dialogar sin ira, luego asumieron el poder y se comportaron como españoles en una Transición ejemplar, admirada en todo el mundo. Hoy, ya no, no hay una defensa racional de un proyecto común de paz, libertad y justicia social. DEMOLER EL EDIFICIO DE 46 MILLONES DE ESPAÑOLES ES FACIL, LO DIFICIL SERA LEVANTAR  UN LUGAR PARA TODOS EN UN SOLAR EN RUINAS, VOLVER A LOS AÑOS DE PLOMO  Y HAMBRE.

Es una lástima que reformas de tanto calado no se intenten  sacar adelante con un gran consenso  de estado y se  tomen decisiones cortoplacistas que solo buscan satisfacer a la demagogia de un populismo  escandaloso de la mano de los que desean romper la unidad nacional, y creando un conflicto muy grave a la Unión Europea, actuando como  sicarios de otros sistemas que disparan  y luego preguntan.

Si esta no es una crisis coyuntural, sino una estrategia suicida que hay que frenar. Añoramos a Adolfo Suárez, y recordamos a LARGO CABALLERO, aquel personaje que entregó el poder republicano a los comunistas estalinistas, de fondo histórico, tenemos ahora a Pedro Sánchez si no rectifica a tiempo.

La cena secreta de Felipe González, juntos desde hace años, con Alfonso Guerra, parece una dosis de cordura en las filas de un PSOE que trata de salvar una crisis institucional  preocupante a la  espera de la otra  reunión clave de lunes  del Tribunal Constitucional. A la cena asistieron lo más granado de la vieja guardia de la socialdemocracia española.

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