Impepinable, la política, una monstruosa montaña de basura en descomposición. No invento nada. Es el sentir popular. Esa archicofradía de inmundicia hasta los varales −los políticos−, se ha enquistado de tal modo en nuestra vida que dichosos, benditos sean los ignorantes, −ajenos al método sobrenatural para degollar borregos−, los ciudadanos. Año electoral, año de porquerías Premium, año de mentiras, año de renovar los votos para seguir mamando a placer la sangre del pueblo.

Sin más, así de crudo, sin filtros ni felaciones en el pesebre de los contentos. Nosotros, los tristes, veremos pasar la esperanza cual lánguida plegaria en el crepúsculo de los sencillos, humildes, cada día más numerosos, más pobres y precarios, y cada noche más borrosos, más difuntos.

La Tiranía, según Aristóteles: “Buscar el poder por todos los medios, no sólo justos, sino inicuos, trastornar todas las leyes, porque el mismo triunfo puede no ser justo”

Esa ‘filosofía’ nos recuerda cualquier estirpe de dominio corporativo. Lo importante no son las personas, ni siquiera el dinero, aunque sea el vehículo principal, lo relevante es el poder en sí mismo. Son ciclópeos conglomerados de empresas, lobbies sanguinarios, dedicados expresamente a la acumulación de poder: económico y por tanto político, social, geográfico, logístico y lógicamente absoluto control humano.

Una mente de andar por casa, incluso las mentes más preeminentes del planeta, no podrían entender qué motor mueve esas siniestras contra-inteligencias al servicio de su todopoderoso, plenipotenciario, emperador.

Hay algo antinatural en ese comportamiento, algo rayano a la demencia más retorcida, algo sicopático y verdaderamente atroz. Es un virus que se extiende sin control, arrasando cualquier rastro de vida. Son las hordas de Gengis Kan a galope debocado, el caballo de Atila sobre los pastos más inocentes, escuadrones de las Schutzstaffel −SS nazis− exterminando la libertad de vida, de elección y los derechos esenciales de todo un planeta.

Es la imposición por la fuerza bruta de una hoja de ruta global que inevitablemente acabará en colapso, disfrazada de ‘buenismo’, populismo, sostenibilidad, transformación ecológica, y demás milongas sanjuaneras ideadas para justificar el sacrificio de la civilización tal cual la entendemos.

“Los tiranos se rodean de hombres malos porque les gusta ser adulados y ningún hombre de espíritu elevado les adulará”. −Aristóteles
Pero un poder así sería imposible sin los cómplices adecuados. Es aquí donde entran en escena los políticos. El disfraz de democracia les queda muy bien. Tanto que la mayoría de ciudadanos –tal vez por agarrarse a un clavo ardiendo, no les queda otra− siguen aceptando las instituciones como herramientas imprescindibles para una convivencia pacífica.

Lo que no saben −aunque tal vez lo intuyan−, es el veneno que se ha instalado en esos artefactos públicos. Los políticos, nuestros políticos, han burlado, violado  y desmembrado, toda fidelidad explícita en su juramento de servicio al pueblo. ¿Alguien duda de su actual servilismo bastardo? El lado más abominable del poder corporativo se ha infiltrado, ahora más que nunca –siempre lo estuvo−, en todas las instituciones. No queda despacho público sin algún parásito enquistado. Y es que el poderoso caballero se ha vuelto tan sugerente, tan apetitoso y ‘civilizado’, y son tan escasos quienes se resisten a ‘catarlo’…

Por eso el título del presente: “De Profesión: Sus Labores”. Es irrebatible, no labran para nosotros –aunque paguemos sus desvergonzados emolumentos−, ni siquiera para sí mismos, son mercenarios engolosinados por ese monstruoso poder que va masacrando los primeros sueños al paso de sus legiones de terror y control planetario.

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