Debatir sobre qué ideas y valores hacen progresar a una sociedad es normal en el juego democrático en el que andamos. De todas maneras, hay siempre algunos con ganas de polarizar, atribuyéndose a sí mismos las más nobles intenciones.

La libertad de expresión o el adoctrinamiento en las aulas siguen ahí. Nos enfrentamos a unas personas, auténticas negacionistas, guerreros culturales, los cuales desean liberar a la humanidad de los pecados de la civilización occidental. Nos encontramos ante campañas sobre los conceptos de familias, sexualidad o educación, los cuales no reconocen estar librando una guerra cultural y las presentan como batallas por la “justicia social”. Así se le denominan en el mundo anglosajón a esta lucha contra la discriminación por razones de sexo, raza u orientación sexual.

Estas cruzadas de tales activistas por el cambio de una mentalidad nos aparecen como una exigencia de la inclusión y la diversidad, mientras que los de enfrente son los del masculino/femenino o del matrimonio hombre-mujer los que están partiendo en dos a la sociedad con sus radicales objetivos.

Los guerreros woke no es fácil comprenderles cuando hay quienes les acusan de desear adoctrinar. Según ellos, lo que hacen es educar y sensibilizar, pero “la mejor manera de entender esta -creación de la conciencia- es como una ambigüedad para convertir a las personas a los valores de los “propios creadores de conciencia”.

Los partidarios de los valores tenidos por conservadores repiten el error de erigirse en portadores únicos de la decencia y el sentido común cuando se niegan a reconocer los avances que ha traído la visión moral de la izquierda y, en particular, la lucha contra el machismo, la homofobia y el racismo, o cuando minimizan problemas reales. Realmente ¿quién discrimina y quiénes protegen?

No todos entendemos lo mismo cuando oímos diversidad familiar, populismo, ideología de género o feminismo. Andamos muy, muy divididos. ¿Cuál sería la manera de ser diversos en definitiva?

La mayor parte de la sociedad guste o no, no es woke. Los de menos de 35 años podrían tener menos reparos para apoyar las restricciones a la libertad de expresión. Por otro lado, se dice que el mundo woke va tocando techo: si es verdad que la política identitaria sigue promoviendo críticas en las filas de la izquierda. Nos planteamos una cuestión: si deseamos frenar el liberalismo y velamos para que los jóvenes no se vuelvan antiminorias, ¿no tendríamos que hacer lo propio para evitar que se conviertan en antilibertad de expresión?

No es extraño que en la encuesta principal en que se apoyan algunos informes del 2022, a una muestra representativa de unos dos mil adultos británicos, la mayoría quiera que se preste tanta atención a la diversidad ideológica o de puntos de vista como a la diversidad racial y de género.

Al llegar a este punto, sin duda, una buena recomendación estrella no es fingir acuerdo donde no lo hay, sino constatar las discrepancias y actuar en consecuencia. Muchos postulados woke, son posiciones abiertas al debate, no valores comunes a todos. Por ello, cualquier Estado debería mantenerse imparcial respecto a ellas, especialmente en la administración pública, la sanidad y la educación.

Hoy, 21 de mayo, día de la Diversidad Cultural para el diálogo y el desarrollo, desde hace unos años y de manera indirecta, desde los altos mandos políticos, con un tufo especial, de manera sigilosa, lo que se desea es poquito a poco vayamos entrando en sus terrenos ideológicos minoritarios enarbolados precisamente por los buenos bolsillos americanos que pretenden cambiarnos al mundo occidental-

Queda muy bonito lo de la Diversidad Cultural, pero en su fondo, con amaños, desean alcanzar un objetivo que cualquier ciudadano europeo, hoy por hoy, no desea de forma alguna. El cuidado a nuestros jóvenes y niños debe ser de manera más que seria. Nos jugamos mucho. De esto, por supuesto, en los comicios hacia el 28M no se habla, pero está en el subsuelo esperando su momento. 

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