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CARCOMA OCCIDENTAL

La mejor cultura europea se fundamentó en el Humanismo Cristiano y, a diferencia de otras civilizaciones, los diversos imperios

Opinion 11/08/2023 MARIANO GALIÁN TUDELA
Foto Mariano en casa
MARIANO GALIÁN TUDELA

En esta vida, cuando no nos cuidamos de lo básico: salud, familia, trabajo, empatía y otros, al final, antes o después obtendremos frutos inesperados. Así puede pasar a un barrio, un país o un continente. Lo del “ojo del amo engorda al caballo” es una auténtica realidad. Si a un país le cortamos las alas en su más profundo ser, tal nación, en principio, tiene los días contados, a no ser que los poderes de la naturaleza sean capaces de echar raijos donde no lo esperábamos.

Ladear, ser indiferentes, cortar de cuajo la cultura de un pueblo es cargártelo de lleno. Normalmente, la agricultura y sus labores siempre nos han servido como ejemplo ante estas circunstancias. Si la cultura es el cultivo y el culto de un pueblo, el regar, el quitar las hojas secas, el ladearlas del sol, no echarle demasiado agua, etc, es todo un aprendizaje, una escuela y una atmósfera que da vida a todo lo que le rodea.

Si elegimos bien el suelo, lo aramos y limpiamos, antes de plantar y sembrar llevamos buen camino. Haber seleccionado de antemano las semillas, los esquejes y los injertos hará que brillen con excelencia tales hectáreas. Podar en invierno es otro ejemplo de seriedad, justo cuando la planta no sufre, pues la savia duerme.

Toda esta Escuela de Iniciación que formulamos en un sencillo lenguaje campesino es especialmente importante en tiempos de sequía, tormentas, oscuridades o ignorancias, cuando las carencias, las guerras ideológicas o los bárbaros de turno se abaten sobre los cultivos, pues donde falta la ley y la protección, el ladrón codicia siempre los frutos ajenos. 

La mejor cultura europea se fundamentó en el Humanismo Cristiano y, a diferencia de otras civilizaciones, los diversos imperios, con su único afán de echar gasoil sobre nuestras raíces, como hoy, hizo que europeos y occidentales nos distinguiésemos por el empeño de dar utilidad social y dotar de contenido crítico a las grandes raíces del Humanismo Cristiano, a nuestra cultura, a nuestra ciencia. En Asia hubo grandes inventos que antecedieron a los grandes descubrimientos desde Europa.

Con la imprenta (invento que servía a los mandarines para estampar vestidos atrayentes o hacer papel moneda) extendimos el saber del Renacimiento. Hemos de objetar con cierta vergüenza que no todos los hombres y mujeres europeos sabían leer, pero dicha injusticia cruel encontraría en Europa a los mayores enemigos de la ignorancia: misioneros, conquistadores, maestros, religiosos que fundaron monasterios, escuelas y hasta hospitales o Universidades y talleres, academias e instituciones de ciencia y educación. El mundo judío y musulmán también aportaron lo suyo. 

Nuestra memoria de europeos, de occidentales, ha abundado en errores e injusticias y crímenes, pero sirvió también a algunos de nuestros mayores para fundar escuelas de humildad. Así, escuelas respetuosas de cultura y cultivo. Humildad viene de “humus”, esa memoria de “tierra y huerto” que es tan afín a nuestra condición humana.

Más aún, nuestros héroes, nuestros santos, a veces acusados de herejía y condenados por la Inquisición, no fundamentaron su virtud en dogmas de pensamiento, sino en una fe que daba frutos y que se manifestaba en una fuerza asombrosa para acometer tareas de siembra, atención, enseñanza y caridad, incluso en hombres y mujeres modestos que no parecían, si me lo perdonan, ni dioses ni titanes.

El Humanismo Cristiano era y es un camino de “celebración”, pues muchos seres humanos no tenemos motivos de complacencia en nuestras pequeñas virtudes ni amamos el engreimiento ni el aplauso, necesitando sentir que el aroma de las flores nos dieron las riquezas que no tenemos o perdimos las alegrías que nos vivifican, o las cosas que aprendemos puedan ser ofrendas aquí y allá, en un ciclo entusiasta y maravilloso  de a ver el bien al otro, como un brindis de banquete. A

veces, a lo largo de esta historia, antes y hoy, cuando nos hemos desvelado, nuestra mayor alegría ha sido encontrarnos con Otro.

El Humanismo Cristiano, la fe cristiana como una de sus partes, nos ha dado un horizonte de compañía y ternura, una presencia en el corazón, un derecho a vivir nuestra pequeñez, un consuelo para nuestra tarea, y un deseo de celebrar la vida que nos permite ser útiles.

En resumen, la demolición del núcleo central del Humanismo Cristiano, sustituido por pretensiones soberbias de unos saberes incompletos e inseguros da que pensar y más que, estamos ante un retroceso de versiones intransigentes en cuanto a la verdad sin belleza ni corazón, tan paleolíticas que ya fueron sometidas a crítica por nuestras maneras de sentir en los primeros inicios del Humanismo Cristiano.

Ante lo políticamente incorrecto del hoy tenemos dos tipos de censores: los antiguos leían con demasiada atención y muy malos pensamientos. Los de hoy leen mal y poseen los mismos males, pero con más prejuicios.

No hay otra Europa que la que le luce en nuestras catedrales y en nuestras ciencias, en nuestras instituciones de enseñanza y atención humana, en nuestras reliquias y bibliotecas, en nuestra música y en nuestras artes, en caminos y puentes, en nuestra cocina y en nuestra voluntad de cultivar el espíritu a través de las Humanidades, y siempre, compartiendo socialmente sus frutos.

A este Occidente le falta volver a “hacer” pues la “Revolución del Humanismo Cristiano”, el “Renacimiento Europeo”, consiste en que nuestras almas, por su propia identidad den ánimo, fuego y vuelo. Todos añoramos a una juventud como compañeros de lucha: los que prefieren trabajar y amar sin otra recompensa que hacer una obra buena, generosa y bella. 

El pasto que se nos está dando desde el mundo de la posmodernidad, desde los neoliberales, social comunistas, primos hermanos y nacionalistas, no lo duden, es el peor carcoma que en los años de la democracia estamos sufriendo. Es hora de dar un gran viraje y echar los productos necesarios para que este desmadre, con el tiempo, vuelva a su cauce. 

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