A un tiro de piedra del mes de agosto al que le que quedan “4 días” y, haciendo balance de éste, tal vez dos pasiones que echaba de menos han sido superadas: la buena lectura y su reflexión más las buenas tertulias culturales.

Una de las tertulias que sin duda me han cautivado han girado en torno a Europa y de ellas me gustaría hablarles, ya que los temas que allí se departieron no habían llegado a mis oídos desde cualquier medio de comunicación o desde otros altavoces. Aunque el final es bastante esperanzador y, el tema se las trae, por ello, con la paciencia del director de este medio y la de ustedes esperemos que con dos o tres artículos al respecto el tema quede finiquitado. Les aseguro que la cuestión tiene migas. 

Todos sabemos que gran número de asuntos, formas de vida y anhelos, cultura y mundo trascendente, en su día, navegaron desde Europa hacia las Américas. Ahora, los Estados Unidos nos miran de reojo, con cierto pavor al camino político que está tomando la Unión Europea y las raíces desde donde nacieron las distintas formas de cohesión en nuestro occidente.

Los americanos nos agradecen que desde Europa hubiésemos trasladado a América infinidad de temas que para ellos han sido muy importantes: dignidad del ser humano, el gobierno limitado y constitucional, el principio básico del consenso, la misma justicia y otras muchas de gran calado, pero miren por donde América “llora” ante los derroteros que Europa está recorriendo.

Más aún, nos ven con desesperanza el regreso demográfico que hemos tomado. Hemos abierto nuestras puertas en los últimos años a más de veinte millones de inmigrantes y, mientras que dichos inmigrantes europeos lleguen a ser buenos demócratas europeos, donde se practique en serio la tolerancia, libertad religiosa y mucho más, me anotaban mis compañeros tertulianos, de manera cordial y sin resquemores integristas las palabras de un cierto musulmán conferenciante “podemos compartir sus nacionalidades, pero nosotros pertenecemos a nuestra propia religión”.

 Mirado así, al final del XXI, tendríamos una Europa sometida al creciente influjo o incluso al dominio de una población islámica militante. Una de las tertulianas, mirándome a los ojos y esperando respuesta razonada me cuestionaba de nuevo ¿Cuál será el futuro del proyecto democrático y no solo hacia América sino también al resto de continentes más cercanos? Continuaba:

¿Qué significaría ello en términos globales, si la idea de que la democracia no tiene nada que ver con la verdad moral que se exporta hoy día desde la Unión Europea y desde los pensamientos que nos traen los nuevos inmigrantes? ¿Cómo nos iban a mirar, de qué manera chocaría con la que ellos, los americanos, en principio, seguirían a las raíces europeas que en su momento exportaríamos hacia esas benditas tierras? 

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