Plutarco, Donoso Cortés, Jaime Balmes o Antonio Fontán han sido personalidades a lo largo de la historia que no hemos de perder de vista frente a este ambiente de sospecha, corrupciones comprobadas, y generalizaciones del relativismo, escepticismo, e incluso del cinismo.

Muchos somos los que observamos la deriva de políticos de siglas dispares y la falta de fortalecimiento de la sociedad civil. La España cómplice y burguesa sigue ahí sentada mirando al ruedo, angustiada, entristecida pero no es capaz de echarse al foso, sin olvidarnos que también hemos de salvar el sistema democrático occidental, con tantas grietas que curar.

¿Qué medios poseemos? Los más lúcidos dirían que “la sociedad civil es la base de la educación, pero la educación es la base de la sociedad civil”. Por tanto, recaemos una vez más en la necesidad perentoria de generalizar una educación fuerte y de calidad, que logre llegar a una masa crítica social suficiente para que pueda revertir en la mejora general de dicha sociedad. Será la forma más segura de salvaguardar y fortalecer unas instituciones democráticas.

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Poseemos lecciones confiadas a la posteridad desde años antes del nacimiento de Cristo: Plutarco. Muchos son los que hablan de educar en valores y en virtudes cívicas donde nos llevan a una convivencia pacífica y ordenada; en el respeto a las demás personas y a los bienes ajenos; en el cuidado de los objetos y espacios públicos; así como en el conocimiento de los deberes sociales y políticos y en sus instituciones y problemas fundamentales.

Todo ello es solo una parte de la llamada educación cívica. Pero una buena formación política implica también ser educado para gobernar y para ser gobernado. Si vamos a la raíz de tantos incendios sociales como estamos contemplando, siempre nos encontraremos con la inexistencia o insuficiencia de educación social y política.

Los filósofos clásicos dedicaron buena parte a ello y lo hicieron de manera magistral. El paso de decenas de siglos ha confirmado el acierto y sabiduría. Nos hicieron y están haciendo ver que siempre, una de las causas de las calamidades políticas y sociales ha sido el absentismo de los mejores en la vida pública y hemos de llamar a la responsabilidad de participar en la política a los más capaces, virtuosos y a lo mejor preparados -no olvidándonos de los jóvenes-, debiendo darles la mejor formación ética y específicamente política posible.

Antonio Fontán, primer presidente del Senado de la España Democrática, junto a los anteriores escritores, no podía olvidarse de otros grandes como Séneca, Cicerón, Tito Livio, Erasmo de Rótedam, Tomás Moro, Luis Vives o Antonio de Nebrija, aduciendo que las grandes intelectualidades del pasado, el hoy para él, el hoy para nosotros, sigue siendo una proyección para nuestro siglo actual. Hoy, este hombre catedrático, político y escritor es una pieza clave del mundo del motor político que sigue sin repuesto alguno. 

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