En  esta guerra civil, por ahora solamente ética, lo que más me preocupa es esa consigna maquiavélica  de  que «no hay que judicializar las actividades políticas, y de los políticos», puro fascismo o radicalidad de la extrema izquierda o del estilo y clase comunista, con algo de fanatismo.

Según esa consigna que ya está funcionando en nuestro país, supone una patada en el trasero al ESTADO DEL DERECHO, y una brutal desigualdad porque al resto de los españoles, delincuentes o no, van directamente a la trena y sin amnistía o prebendas como a los ladrones sevillanos de los ERE, perdonados sin decretos leyes que valgan.

Jodida desigualdad como establecer regiones de primera superclase, naturalmente separatistas, no como por  ejemplo Extremadura, Castilla-La Mancha, Asturias o los primos de Murcia.

Estamos en manos de un trío de políticos que podemos  encajar a groso modo. A saber, el chulo del barrio, Pedro Sánchez. El delincuente fugado, Puigdemont. Y el bueno sin mala uva, decente que en su  momento dio la cara, Junqueras.

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El personaje  más peligroso pudiera ser sentado en el banquillo, por alta traición al país, a la Constitución y por ser instrumento de un sistema exterior en guerra contra otros dos sistemas, su empeño suicida de mantenerse en el trono de la Moncloa no es simple ganas de mantenerse en el poder, no, es cómplice de una trama peligrosa en la que los servicios de inteligencia más poderosos le sostienen.

El pasado 23 de setiembre la ministra socialista Margarita Robles, de Defensa, desclasificó altos secretos militares y civiles contenidos en 68 cajones, uno de ellos fue directamente a la presidencia del Gobierno. Lógicamente para ser  empleado, su contenido, como arma política o posiblemente para otros fines oscuros.

En otras naciones esa instrumentalización se castiga severamente, aquí, en España, se sospechan otros fines.

Acabo de llegar de Madrid, que ya no es el Madrid de hace unos años −ni siquiera la Ayuso me encanta− está ocupada  por una delincuencia donde sacar dinero de un cajero, a mi en Murcia, también, es un problema de seguridad. Las tarjetas no te dan garantías, porque la huella digital definitiva no existe.

Se masca en  el ambiente  amargura, desconfianza y hasta miedo porque la desinformación te asfixia, basta oír y ver las tertulias para comprobar el tipo de gentuza que intoxica. En esta crisis solo la encajo con una dosis de buen cine y terminando de escribir mi último libro, el último, que saldrá a finales de noviembre. Ah! de cine les recomiendo una joya del cine español, menos mal.

Se titula SABEN AQUELL la biografía de un catalán con alma de ángel, una historia de amor envuelta en chistes, Eugenio. Un bálsamo cuando nos duele España y su pueblo, fustigado por una manada de inmorales. Me quedo corto porque durante todo el mes del pasado octubre hasta la casa real fue utilizada dando espectáculo, al otro día de la jura de Leonor, el aparatich que gobierna, firmaban quebrar a la democracia.

Claro, cuando sales, vuelves a la calle o a tu zulo, la realidad española te golpea y proyectas unas vacaciones escandinavas degustando  exquisitos erizos. Ahora, nueve de la noche, viernes, te llega más basura, Puigdmont exige a Sánchez que la amnistía perdone a Jordi Pujol y familia, esos impresentables que en sacos se llevaban a Andorra millones de euros. Al hijo de mi cuidadora le han caído siete años de cárcel, por un robo. Sin perdón. No se dedica al negocio político. Error.

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