Decía Gerard Durrell que lo que todos necesitamos para crecer, es un lugar y la luz del sol. Lo confesaba en “Mi familia y otros animales”, uno de los tres libros sobre los que  vertebra su célebre “trilogía de Corfú”, junto a  “Bichos y demás parientes” y “El jardín de los dioses”. En ellos se basa la exitosa serie Los Durrell, cuyas cuatro temporadas pueden verse en Movistar +.

Resulta conmovedor ver a Louisa Durrell, matriarca del clan, viuda con cuatro hijos, hacer de tripas corazón huyendo de la fría Bournemouth (asfixiada por un puñado de deudas), para establecerse en la recóndita y paradisíaca isla de Corfú. A través de los ojos del pequeño de sus hijos, Gerard, conseguimos adorar a  Lawrence, Margo y Leslie, los tres mayores.

El relato gira entorno a los recuerdos y la infancia del benjamín;  una infancia feliz en la que están muy presentes las excentricidades de sus alocados hermanos, de los que nos ofrece pinceladas, trocitos de sus vidas que la serie sabe reflejar con humor y cercanía. Los episodios hay que verlos del mismo modo con que uno se enfrenta a las novelas: con calma, pacientemente, disfrutando de cada plano, de sus secuencias y diálogos chispeantes.

Quizás lo que la convierte en una serie tan atrayente, es el hecho de estar basada en una historia real (aunque los guionistas se tomen ciertas licencias), y de que a pesar de lo dramática que pueda resultar en algunos momentos, sentimos estar viendo una comedia con final feliz. El afán de la familia por salir adelante a pesar de todas las dificultades, también engancha, amén del elenco de actores británicos que bordan sus interpretaciones. Y después está Corfú, una isla que en los años treinta, cuando desembarcan los Durrell tras un largo periplo por tierra y mar, era un festival de verdes entre pinos, cipreses, frutales y oliveras que contrastaban con el azul del mar y sus villas de gusto veneciano que tan bien pueden apreciarse en la serie. Una isla paradisíaca que todavía no había vivido el progreso; Gerard Durrell escribe sobre el paisaje que divisaba desde una de las casas que ocuparon cerca de Perama:

“La colina y los valles a su alrededor parecían un edredón de verde de tantos olivos que brillaban, ricos de reflejos allí donde la brisa acariciaba sus hojas del color de los peces. A media pendiente, protegida por un grupo de cipreses altos y esbeltos, había una pequeña villa color de fresa que parecía una pieza de fruta exótica rodeada de verde”.

No hay episodio que no muestre esa Corfú inasequible al desaliento y a los desmanes del turismo. Cuando termina la cuarta temporada, la isla ya se ha apoderado de ti del mismo modo que lo hizo de los Durrell; entiendes a Gerard cuando la describe “dulce y pegadiza como el polen”. Los Durrell despiertan nuestra sed por las historias felices ambientadas en lugares que nos invitan a soñar, a sentir que en ellos.:” Cada día tiene una tranquilidad, un flotar fuera del tiempo que deseas que no termine nunca”.