Vuelve la otra Pandemia, tan feroz, la de las drogas, tan silenciada en los medios. La de los jóvenes empinando el codo en un botellón con violencia en un pueblo o ciudad cualquiera, pero masivo en Madrid y Barcelona, fuentes del poder.

Ya han perdido el miedo, ellos y ellas, al coronavirus, si es que lo han tenido. Y  ahora, después, van de cabeza al fango de las drogas, los organizadores del evento, la mano que aprieta de la mano de la permisividad, como los ruidos estruendosos de pandillas de jóvenes motorizados o conduciendo vehículos a toda pastilla en Las Torres de Cotillas.

Empiezan con el alcohol, con el magreo colectivo sexual sin contemplaciones, casi agresivo, sigue el coma etílico de los jueves de madrugada, que los o las dejan tirados en un callejón cuya única salida −si tienen suerte− es un hospital o Urgencias más cercanos. Y una vez repuest@s en lugar de dar un paso atrás, algun@s pasarán por desgracias a la siguiente fase, a algo más fuerte y destructivo, para acabar esnifando un gramo o dos de cualquier mierda que les habrán vendido un camello al servicio de la mafia de los estupefacientes de la calle santa Rita o de un rincón de Vallecas o en las playas catalanas.

Drogados  hasta las cejas ¡¡jóvenes y jovenas hasta el loro!! porque  sí, y en ocasiones sin conocimiento de causas siguiendo la recomendación populista mostrenca. Ya no pueden decir que consumen por ignorancia, ya no vale. Y el que no se entera es porque no quiere y se niega a reconocer que el consumo de drogas le conduce a la dependencia fatal o a un calvario letal.

Los botellones españoles a  los que llegan extranjeros en caravanas de gente joven y casi mayoría femenina es otro volcán más terrible que millones como el de La Palma. Pero nadie  mueve un dedo porque es un rentable negocio que jamás había existido en nuestro país con las connotaciones de ahora, a la sombra de la desesperación de decenas de miles, millones de jóvenes parados, que han convertido sus problemas en crisis emocionales, una actitud que sin embargo no se da en el otro segmento social, el de los mayores de cincuenta años, que se comen los  puños de rabia e impotencia.

O los ancianos en sus residencias ebrios de soledad miserable, abandonados por las familias en sus hogares solitarios. Es la nueva sociedad nacida no solo por la pandemia, sino por la estrategia ideológica, cultural y política que nos está cambiando a peores. Aun es tiempo de salir de los cráteres nacionales que vomitan y nos asquean. Y aquí, hasta hemos matado a un mar pequeño con las drogas del campo verde.

Pero no hay botellones, se fabrican en el mundo oculto del dinero, en la intimidad del lujo, la corrupción galopante y  el pasotismo que se predica en las religiones que no hacen cola.