Casi de inmediato se nota que no soy un lingüista de ciencia y oficio. Pero, de chiquitico, me dio por los renglones y componer versos, que, por aquel entonces, los lanzaba a la bocana del puerto cartaginés. 

Y muy pronto supe que antes que el soso y empalagoso latín impuesto tras gafas, generalmente con monturas de oro y sotanas y suplida la ducha con agua de colonia, en mi Península (no es mía, pero como tal la considero) Ibérica, a base del griego más antiguo, el fenicio, el aquitano, el tartesio, el lusitano, el celta galaico, el celta celtíbero y el púnico cartaginés, a esa bocana portuaria a la que yo en silencio le recitaba mis poemas, hubieron gentes anteriores a mí y anteriores al mal denominado imperio romano y a sus herederos la secta católica, que se expresaron fielmente platicando la lengua llamada púnica, y escribiéndola. 

Pero hay un intento constante, demoledor, aplastante que, para los citados herederos del imperio romano y su publicidad engañosa, todas las piedras que existen en Cartagena “son romanas”, y antes de que arribaran los mercenarios al saco, organizados desde Roma, en mi querida Ibérica, según los mismos, en Cartagena y demás territorios peninsulares, ladrábamos para comunicarnos entre ibéricos. 

 El idioma cartaginés, dentro de las ocho lenguas que dominaron, a veces al alimón, y otras sucesivamente, la comunicación entre las gentes ibéricas, fue uno de los más extendidos y hablados; pero, al ser una lengua de herejes, así como el clero católico llegó a convencer al Pepé de España para que sacara todas sus armas en defensa de que el latín fuera la lengua oficial de la Unión Europea, tras el fracaso de que la Hispanidad por imposición lo hablara, en esa pugna se perdió todo rastro helénico en favor de los de las gafas con montura de oro a los que, al final, les ganó el inglés. 

Dentro de las varias familias de sistemas de escritura, ligado al alfabeto fenicio-griego, las gentes que muchísimo antes que un servidor le escribían y le recitaban poemas a la bocana del puerto cartaginés, no tuvieron necesidad alguna de esperar que alguien con sotanas y gafas con monturas de oro, le indicaran de dónde venían; y mucho menos que les diéramos el trato tan despiadado de ocultación que le damos a nuestros antepasados, porque los aularios están, han estado, y de seguir así, estarán, en manos de la secta religiosa católica. 

El olvido inmediato, es algo que nos acompaña, especialmente cuando la apatía se apodera de una ciudad, caso de Cartagena.

Y aunque algunos puedan pensar que me mueve un anticlericalismo católico compulsivo, si no injirieran mentira tras mentira en la crónica y se autofinanciaran económicamente, es muy probable que ni los nombraría.  

El que nos hayan vendido, y siguen con la tienda abierta vendiendo incansables, de que el movimiento social más corrupto de cuantos grupos tribales han acampado en la Ibérica, los mal llamados romanos, sean los padres y madres de la hermosa herencia que recibimos de otras gentes que, a diferencia de los romanos, no bebían sangre humana de esclavos, y en vez de perfumarse sus mujeres con el saín del sudor de los gladiadores, nuestros verdaderos padres y madres ibéricos se lavaban el pelo con cal, se afeitaban y se dejaban el bigote. 

Y hasta llegar a la Europa del Carbón, y al Tratado de Roma, el Sacro Imperio Romano Germánico, o la Santa Alianza, todo herencia de las Cruzadas, hemos tenido tiempo de poner sobre una balanza nuestro pasado y no fiarnos de las sombras más largas de cada pueblo. 

 Salud y Felicidad sin covid.