Carta a mi buen amigo Raúl

Estimado Raúl: Estos días de tanta agua por el Sur de España dan para algún que otro pensamiento y posibles soluciones. Pienso en ellos, la juventud, en su hoy y mañana: trabajo, familia, pensiones y …otras tantas. Lo veo algo negro, nubarrado, pero con cierta esperanza. Me cuestiono sobre ¿ qué pensaría de ti el muchacho que fuiste cuando andabas con 17 años si pudieras hacer un breve examen ahora? ¿Qué comentarías de lo que has llegado a ser? ¿Hubieras consentido en vivir para verte  transformado como estás ahora? ¿Ha merecido la pena este viaje? ¿Qué escondidas esperanzas no has decepcionado, de las que ya ni te acuerdas?

Claramente interesante, algo triste, poder enfrentar a ambos seres, de los que uno prometía tanto, y el otro ha realizado tan poco. Me imagino al joven maldiciendo al mayor sin indulgencia alguna: “ Me has engañado, me has robado. ¿Dónde están los sueños que te había dejado en tus manos? ¿Qué has hecho con toda la riqueza que tan locamente puse en tu cerebro? Yo respondía de ti, había prometido por ti y has hecho bancarrota. Más aún, me hubiera valido marcharme con todo lo que aún poseía, y que también has dilapidado…”

¿Qué diría el mayor para defenderse? Hablaría de experiencia adquirida, de ideas inútiles echadas por la borda, mostraría algunos libros, hablaría de su reputación, buscaría con ahínco en sus bolsillos, en las diversas instancias de su habitación, para justificarse. Pero mal se defendería, más aún…se avergonzaría. Los últimos párrafos corresponden a Julien Green , una interesante reflexión, donde hablan el pasado y el futuro de cualquier vida nuestra. Más de uno en esta vida ha considerado que “toda vida tendría que ser la cosecha de la gran siembra de los años juveniles”. Vivir no es marchitarse, es fructificar y, no simplemente avanzar y envejecer. “La vida es apostar decididamente cuando se es joven, y mantener -mejorar esa apuesta cuando se madura”.

Y cabe entonces preguntarse, si ya es difícil mantener esa apuesta de juventud cuando en esos años se sembraron grandes ideales, ¿qué será cuando sólo se sembraron desilusiones y pequeñeces? Cuando una persona joven no posee ideales, o son vulgares, es bien probable que le espere un futuro poco prometedor, por ello quizá una de las mayores infamias es empujar a los jóvenes a la mediocridad, como ahora mismo se hace en nuestro país.

Es verdad que no basta con soñar durante la época adolescente, pues esos sueños pueden quedar en proyectos ilusorios. Pero quien no sueña nunca, quien se limita a constatar la dificultad, quien siempre se fanfarronea de ser muy realista y considera ingenuos a todos los que aspiran a mejorar ellos y mejorar el mundo en que vivimos, esos no se dan cuenta probablemente de que el enemigo principal no son todos esos que con tanto énfasis señalan fuera, sino que el peor enemigo lo tienen en su interior, en su mediocridad y en su desesperanza. 

Y luego, cuando los adultos tendemos tan fácilmente a echar las culpas a tantas circunstancias para justificar el abandono de los que fueron nuestras grandes ambiciones de juventud, también entonces  nos engañamos miserablemente. Es cierto que los proyectos de aquellos años necesitaban ser adaptados y modificados a lo largo de la vida, pues la vida da muchas vueltas y hay cosas muy poco previsibles, pero sabemos bien que muchas veces lo que hemos hecho con esos ideales es simplemente rebajarlos, a veces por pereza, por abandono o por mezquindad. Y lo que logramos con eso es ir deshinchando nuestra vida como un globo, casi sin darnos cuenta.

La desesperanza está en la misma estructura mental de quien orienta mal su vida. Supone un dolor siempre grande, propio de quien se niega a caminar por el camino hacia la plenitud que su naturaleza le llama. A la desesperanza no se llega de forma repentina. Su principio y su raíz suelen estar en la pereza. La pereza es sinónimo de dejadez, de desinterés, y eso siempre conduce a una tristeza que paraliza, que descorazona. Y lo peor es que lleva a un circulo vicioso de desgana que refuerza la dejadez.

La persona perezosa parece querer sustraerse de las obligaciones propias de la grandeza de su misión. Es como una humildad pervertida, propia de quien no quiere aceptar su verdadera condición y sus talentos, porque implican una exigencia. Como un enfermo que no quisiera curarse para que no le exijan lo que se exige a una persona sana. Hay un tipo de esperanza que surge de la energía juvenil pero se agota con los años, al ir declinando la vida. 

Sin embargo, la verdadera esperanza es una despreocupada y confiada valentía, que caracteriza y distingue a la persona de espíritu joven y lo hace un modelo tan atractivo. La esperanza da una juventud que es inaccesible a la vejez y a la desilusión. Así, aunque día a día perdemos un poco la juventud natural, podemos día a día renovar nuestra juventud de espíritu. En vez de dar culto a la juventud del cuerpo, de modo exterior y forzado, y que además produce desesperanza al ver cómo se va marchando, hemos de buscar esas cimas más altas a las que se puede remontar la esperanza del hombre que rejuvenece día a día su espíritu.

Estimado Raúl, deseo tras esta reflexión puedas tener, si lo deseas, fundamentos suficientes para poder ayudar a tantas personas que tienes a tu alrededor. Si pones entusiasmo seguro lo conseguirás. Saludos cordiales.

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