Opinion Antonio Luna Aguilar 17/06/2022

NOS VEMOS EL DOMINGO EN LAS URNAS

Que se presenten muchos partidos/representantes no es signo de libertad, sino, más bien, síntoma de degradación de la libertad

Elecciones

La Democracia es un sistema político por el cual los ciudadanos nos gobernamos a través de unos representantes, elegidos por nosotros, que son los que deben administrar nuestros «bienes», con la «diligencia propia de un buen padre de familia».

Para disfrutar de la Democracia hay que estar/vivir en Libertad, esto es, poder actuar de una u otra manera, con los límites de que se es, cada uno, responsable de sus actos.

Esta libertad tiene que estar constreñida a los dictados de las leyes: las normas que nos damos, a través de esos representantes elegidos libremente, para que no hagamos de nuestra capa un sayo e interpretemos que la libertad es sólo para uno y no para el vecino.

Hay muchos que confunden Democracia con Libertad y, aunque deberían ser inseparables, no siempre es así.

Podemos acudir a las urnas libremente, pero previamente esos representantes/políticos que hemos elegido han podido coartar nuestra libertad, ¿cómo? Pues no dejándonos muchas opciones a la hora de depositar el voto, manipulando a la opinión pública.

Que se presenten muchos partidos/representantes no es signo de libertad, sino, más bien, síntoma de degradación de la libertad, de perversión del sistema. Si se votara a «listas abiertas» otro gallo cantaría, eso sí sería libertad. Los partidos/representantes en el poder han adoptado este sistema para coartar nuestra libertad en su beneficio y no hay manera de cambiar el sistema (para este caso y para otros, como, por ejemplo, la Ley de Ohm) puesto que en sus manos está el hacerlo y no van a tirar piedras sobre su tejado, esto es, renunciar a sus prebendas. Porque de eso se trata, de prebendas, y no de defender el interés común.

Dejemos esto de un lado, vamos a votar. Unos continuarán la tradición familiar (lo he escuchado decir a muchos) y votarán al mismo partido que han votado siempre; da igual si lo ha hecho mal o bien; de si sus representantes son unos sinvergüenzas o no; «ese no es su problema», pero sí lo es.

Luego están los pragmáticos, los que hacen sus cálculos, y haciendo de tripas corazón votarán a quienes consideran el menos malo, les haya desilusionado, mentido, defraudado… Mejor este, para que aquél no gane.

Los convencidos de que los suyos esta vez lo harán bien. Sin pararse a pensar que aunque el sinvergüenza no vaya en las listas, tiene un carguito reservado, bien remunerado, no vaya a ser que tire de la manta y no haya sido el único sinvergüenza, sino al que han pillado.

El valiente, que no hace cálculos, que no tiene ninguna lacra que le obligue con unos o con otros, el que tiene sus ideales y que vota en consecuencia.

Estos últimos son, o han sido, siempre, pocos.

La falta de libertad, las tradiciones, el pragmatismo y el falso convencimiento pervierten el sistema.

El Sistema, de por sí, está pervertido. La Transición, considerada modélica, no fue perfecta. La Constitución, tampoco lo es. Con aquellos mimbres se tejió esta cesta. Cuando se intenta contentar a todos, se queda mal con todos. El «café para todos» no es bueno. Es perjudicial para las úlceras, se pone uno nervioso y alguna que otra pega más.

Había que pasar de un Estado centralizado a uno descentralizado, pero el resultado fue muchos estados centralizados. Se inventaron banderas, himnos, señas de identidad diferenciadoras… y el resultado ha sido el que es: que los españoles no tenemos los mismos derechos y, algo que se siempre se nos olvida, obligaciones.

En fin, que el domingo tenemos una cita con las urnas. Todos nos prometen el paraíso y acusan al contrario de querer instaurar el infierno. Sigue estando de moda resucitar a difuntos, pasear fantasmas a falta de propuestas concretas; de arroparse con banderas y mensajes que si no han destruido el mundo es porque este resiste más de lo que imaginamos. Los más poderosos utilizan el clientelismo, retrotrayéndonos a la época caciquil, que aunque parezca lejana, si la estudiamos bien, tiene muchas similitudes con la España, actual.

Una manera de coartar nuestra libertad es privándonos del conocimiento, de nuestra historia, de nuestras vergüenzas, pero también de nuestras virtudes, y permítanme afirmar que estas ganan a las primeras por goleada. Quien no sabe no puede, en consecuencia, juzgar; quien no tiene espíritu crítico no puede actuar libre y consecuentemente.

No se trata de no ir a votar, no podemos dejarles campo libre y actuar en nuestro nombre cuando no es así. Aún nos queda la esperanza de que alguien salga elegido y comience a arreglar, aunque sea mínimamente, este desaguisado.

Y, por último, he dicho «alguien», singular, porque si hay algo verdaderamente antidemocrático y contrario a la libertas estos son los partidos políticos… y los sindicatos.

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