Había, en aquellos años de grandes convicciones religiosas, en los hermosos tiempos teocráticos del franquismo, unas plañideras, zapatillas y medias negras, vestido, pañuelo a la cabeza y mantón de lana negra, que iban a jornal de puchero de gallina clueca, a gritar fingiendo llanto, las excelencias en vida, precisamente de los más hijos de la gran chingada. 

Entre lamento y lamento, solían mirar al cielo con la esperanza de ver colgando del cordón eléctrico que sostenía la bombilla de la habitación, al muerto en su seguro vuelo hacia el cielo; variando la velocidad de crucero según los billetes que recibía el cura enterrador. 

Según a cómo le vaya el reparto, la ayudica, la inestimables gestión de aportación a los resultados económicos de lo que fue un excelente puerto comercial, el de Cartagena, y entre todos estos inútiles se lo han cargado al hacerlo solamente un baúl político de dinero para los partidos y las singularidades plañideras, así se dirá y publicitará que es el mejor puerto del mundo mundial, el más rentable, el que tiene sus aguas más sanas; y, como decían las plañideras de puchero caliente, el más bueno del mundo. 

Las plañideras del puerto de Cartagena, que tienen despacho en el ayuntamiento o la cortijá murciana, amén de varios santos lugares, como sus aplausos no tienen eco alguno porque los pantalanes están vacíos todo el año un día tras otros, pueden leer con agrado, como, de un modo totalmente “desinteresado” pero a tarifa reglada, los medios de comunicación locales o regionales, recogen con emoción el aplauso de las plañideras habituales, que en parejo a lo bien que lo han hecho con el Mar Menor, que está mejor que nunca, el puerto de Cartagena es el mejor y más rentable gracias a los mejores gestores que nunca vieron los tiempos. 

Cuando terminaba el velatorio y, al dicho popular, el muerto al hoyo y el vivo al pollo, al bollo, o a la polla, en los susurros de las gentes, se hablaba entonces de lo cabrón y mala persona que era el difunto, y, hasta el cura, rozando romper el secreto de confesión, solía aportar algún detalle del muerto para mantener viva su memoria de muerto que está muy bien estando muerto. 

Lo mismo que ahora ya son muy pocos los que creen, y lo hacen de boca para afuera, en los buenos gestores que son los que anidan en nidos de la tipología política que se han convertido los puertos de España, y el de Cartagena no se iba a quedar en algo así a la cola, y, en su proporción de puerto muerto, con plañideras a todas horas, es de los que “mejor reparte”, cuando llegue la hora de la verdad, aunque al mejor estilo cortijero todas y cada una de las granujerías estén caducadas judicialmente en el tiempo, la presencia de los muelles sin barcos, es la mejor muestra de un puerto comercial muerto que apesta. 

Con Argelia, con Oran, un catamarán moderno, con velocidades de crucero que siempre superarán los treinta nudos, diario, con pasaje y carga, abriría la puerta más rentable, por proximidad, con el continente africano. Pero algo así, cuando las plañideras se limitan a llorar, y a estar atentas de cuando desde la cocina sale el puchero para el reparto, sería ir en contra de unas costumbres ya adquiridas y experimentadas que en Cartagena, y en los entornos que mejor se pueden conocer, cuando más granuja es un equipo político, si está bendecido con chorreones de agua bendita, todo marcha de puta madre. 

En Cartagena seguirá un triunfalismo destructivo que ya lo conocimos entre cantos gregorianos y ademanes de sotanas. Ahora, a eso, se le sumaran frases y anuncios de gente cojonuda, desinteresada, que aman a su tierra y a España, y que se le saltan las lágrimas cuando le dicen que son miembros activos y considerados de la Otan. 

Salud y Felicidad, sin covid22. 

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