Las tertulias y las redes sociales son el vivo ejemplo, lamentable, triste y erosivo, del Parlamento, el griterío.

La semana pasada, esta y la que llega, desde el lado del espectro político, se cargan las tintas contra el de enfrente o molestan desde los medios independientes, como este nuestro, a su vez se atacó a periodistas por un ejército de troles en internet.

A buen seguro que en días próximos se invertirán las tornas, los insultos vendrán –como ya vinieron antes– de los que ahora se sienten vituperados, y las campañas contra los medios se dirigirán contra los otros de otro color o ideas. Porque hoy por hoy, andamos inmersos en una espiral de acusaciones y zascas de la que parece complicado salir, importa más quién que el qué.

En este contexto no se trata de ser equidistante, sino de denunciar que el nivel de debate público anda por los suelos de barro sucio, e intentar, para empezar, que este tono no impregne también nuestro día a día, ya por si complicado para las clases medias y trabajadoras que viven en la pobreza y el hambre.

El espectáculo bochornoso que llega de los extremos populistas de la izquierda y de la ultraderecha arruina a la democracia, porque en NINGUNA NACIÓN DE LA UNIÓN EUROPEA existe un Gobierno de coalición en manos de ideales anacrónicos, puesto que mentalidades divisorias que privilegia a unos y deja atrás a otros, es un puro maniqueísmo tan español desde las Cortes de Cádiz, que terminó en cuatro guerras civiles. Que no sepan firmar un Pacto de Estado, es simplemente un fracaso de una democracia en peligro.

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