El pasado miércoles y en homenaje a Felipe González en el 40 aniversario de su primera victoria electoral de 1982 varios ex ministros de los gobiernos de González convocaron en secreto una cena en el restaurante La Manduca de Madrid. Lo que una vez descubierto por la prensa levantó expectación a la vista de la grave crisis que estamos viviendo en las principales instituciones españolas.

Una última cena del régimen ‘felipista’ de poder, en pleno estallido de las instituciones españolas por los pactos anti democráticos de Sánchez con los delincuentes golpistas sediciosos y malversadores, a los que el gobierno del PSOE pretende rebajar, más si cabe y además de los indultos, las penas de sus condenas por el golpe de Estado de 2017 en Cataluña y las que se puedan producir en los juicios aún pendientes.

Y entre otras cosas para que Junqueras pueda ser el candidato de ERC y Puigdemont logre regresar a España con beneficios penales, gracias a las indecentes reformas (hoy inconstitucionales en una semana veremos), de los delitos de sedición y malversación. Y esta última con la posibilidad de que beneficie a políticos condenados por corrupción, ahí incluido José Antonio Griñán, el único exministro que no acudió a la cena a la que sí asistieron los ex ministros condenados Chaves y Barrionuevo.

De todo esta crisis institucional se habló y mucho en la ‘última cena’ de los ex ministros, muchos de ellos, octogenarios, de Felipe González. Pero de ella no salió comunicado o declaración alguna sobre la crisis española.

Un silencio sepulcral que, en cierta manera -el que calla otorga- venía a refrendar las iniciativas de Sánchez que personalmente la gran mayoría de ellos rechazan en privado. Salvo Alfonso Guerra que las denunció en una entrevista radiofónica con palabras similares a las pronunciadas, de forma más contundente, por el presidente manchego Emiliano García Page.

Declaraciones sobre la vigente crisis institucional española que se niega a hacer el habitualmente locuaz Felipe González, probablemente en aras de la unidad del PSOE o por temor a que Sánchez le responda recordando los crímenes del GAL.

Los ministros de González llegaron a la cena en secreto y se marcharon en silencio. Sin que nadie recordara que en el origen de la vigente crisis jurídica e institucional española está la reforma de la Ley Orgánica del Poder Judicial que Felipe González hizo en 1985 (y que luego no la corrigieron José María Aznar ni Mariano Rajoy) y con la que se entregaba a los grandes partidos nacionales y en menoscabo de la independencia judicial, la capacidad de nombrar la mayoría de los consejeros del CGPJ.

Consejo General del Poder Judicial cuyas decisiones, para nombramientos de magistrados de los altos tribunales como el Supremo y el Constitucional, Sánchez quiere ahora controlar para reducirlas a una votación por mayoría simple eliminando la norma vigente de los tres quintos que les obligaba a un consenso entre el PSOE y el PP.

Confirmando la reforma de González de 1985 de la Ley del Poder Judicial el principio del fin de la separación de poderes del Estado. Lo que completaba la ley electoral de listas cerradas en favor de los jefes de los partidos. Y lo que impedía cualquier capacidad de control del Ejecutivo por el Legislativo una vez que los diputados del Congreso votaban como simples autómatas y al servicio del jefe de cada partido.

Lo que en esta la práctica política significaba que la pretendida democracia española nacida de la Transición se transformaba en oligocracia. Un modelo de sistema político, que también disfrutaron los presidentes del PP y que el presidente Sánchez, con sus perversas alianzas Frankenstein (así las llamó el desaparecido Rubalcaba, el gran ausente de la cena) elevó a la enésima potencia.

Convirtiendo Sánchez el Poder Judicial en un mero apéndice del Ejecutivo, al que se añade como comparsa el poder Legislativo gracias a los pactos de hierro de Sánchez con el grupo Frankenstein.

Una situación que empeora el modelo oligárquico español y lo empuja hacia la autocracia de Pedro Sánchez sobre la que Felipe González y sus ministros no tienen nada que opinar. Ni al inicio ni a los postres de esta ‘última cena’ felipista y un tanto fantasmal.

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