Opinion MARIANO GALIÁN TUDELA 18/12/2022

ANDE YO CALIENTE…

Con el marrón político que nos ha tocado vivir estos años en la jauría parlamentaria parece que estas humaredas también se han expandido por nuestra sociedad española

MARIANO GALIÁN TUDELA

Con el marrón político que nos ha tocado vivir estos años en la jauría parlamentaria parece que estas humaredas también se han expandido por nuestra sociedad española y, al mismo tiempo que decoramos nuestras casas con esmero navideño, el Belén como centro del hogar, los “yo, mi , me, conmigo” no paran de revolotear por nuestros adentros y de cara a la galería. El significado y el humus que conllevan estos días que se acercan chocan de lleno con el individualismo que profesamos y nos enaltecemos.

Han pasado algunos años donde algún que otro economista y empresario explicaba a los componentes de un grupo interdisciplinar cuáles eran los grandes peligros que acechaban al mundo de los negocios. Apuntaban resueltamente al desequilibrio entre la economía especulativa y la economía real. Los números que exhibía eran, ya entonces, de vértigo. Y empezaba a configurarse toda esa parafernalia de ficciones financieras que antes o después acaban por hacer implosión.

Cuando, harto inquietos, se les pregunta por el modo de evitar el cataclismo social que el colapso económico traería consigo, no dudaron en hablar de la concepción misma de la economía y en denunciar el olvido de  su fundamentación ética. 

En tales años, el entusiasmo neoliberal estaba en su cenit, y recurrir a la ética y a la responsabilidad ciudadana sonaba a música celestial. Lo peor es que, después de que se estén cumpliendo con creces tales predicciones, la mayoría de los economistas y empresarios siguen en la luna. Continúan haciendo juegos de palabras con la desregularización y el intervencionismo, sin advertir que son las dos caras de la misma moneda.

El Estado y el mercado forman una única tecnoestructura cuya sobrecarga produce un exclusivismo que es el centro del problema. Hay que salirse de este discurso convencional, agotado y agotador, Cuando esto se pone tan feo y no se ve el final del túnel, hemos de ser radicales. Y lo más radical para el hombre es el hombre mismo.

La herida vieja de nuestra sociedad es sin duda el individualismo. Se concibe al ser humano como un fragmento de carne curvado sobre sí mismo, cuya única comunicación con sus semejantes responde al principio del placer y de la utilidad. Es el pragmatismo y el utilitarismo que marcan los angostos límites del actual modo de pensar, complementos decorativos aparte. Se ha olvidado que la socialidad no consiste en emitir pseudópodos al exterior, hacia ese conjunto de consumidores, fabricantes e intermediarios que integran la sociedad de consumo.

La mujer y el hombre no es que sean sociales, es que son socios natos de una comunidad en el que han de potenciar su libertad solidariamente. El individualismo es una ficción. Y esa ficción se ha tornado inhabitable. Cada vez será menos vividera.

En la base del individualismo se encuentra el egoísmo, que es el único resultado del materialismo. Si lo que rige es la ley de la selva, por la que se puede liquidar a los más débiles, fabricar y eliminar seres humanos por procedimientos arbitrarios, para según se dice respetar a la ciencia, el abismo está muy próximo y nos encontramos en disposición de dar un decidido paso hacia adelante.

¿Cuál sería la solución? El puro realismo: aceptar la vida tal como es. Lo cual no equivale a olvidarse del progreso. Significa avanzar por tierra firme en lugar de lanzarse al vacío. Volvamos a la verdad, que localiza la plenitud humana en el conocimiento y en el amor, no en la acumulación de riquezas. El economicismo es un error de bulto, fácilmente reconocible por su carácter autodestructivo.

Lo más brillante que se les ha ido ocurriendo a los Gobiernos de turno y cómo no a la oposición cuando repiten el tópico de ajustar el modelo económico para encaminarnos hacia una sociedad del conocimiento. Para ello, la primera medida visible ha sido un espectacular corte a los presupuestos del mundo universitario, mientras siguen proliferando los festivales de música y las auto-subvenciones a la cultura oficial. 

Sugeriría modestamente abrir una moratoria al vocerío y ponernos a pensar. Gratis y no hace daño. 

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