Opinion JUAN SÁNCHEZ 12/10/2021

ECHARSE AL MONTE

 Nos echamos al monte. Da igual el monte, sierra negada o valle sin dueño.

 Nos echamos al monte. Da igual el monte, sierra negada o valle sin dueño. Lo mismo da un remoto y secreto rincón del Parque Natural de Somiedo, sin miedo; por sendas osunas, oscuras, ignotas, con azulados aullidos cercanos –para el profano− del hermano lobo, que merodea en dolorosa libertad por las cumbreras sin pelo y brañas milenarias y, en las noches más lúcidas, asoma el morro a nuestro petrificado teito y nos coagula la sangre como gruñidos del lucero; celoso, huye del hombre en pos de su amada,  y en la sombra del  silencio corteja a esa pálida luna, solitaria, desde la apremiante supervivencia por la ciega estupidez del bípedo predador que lo acosa, acorrala y masacra –AUUUU−.

O bajo el puente románico del valle del Bujaruelo, donde remansan  su estrés enormes truchas salvajes, que miran al intruso con desconfianza pero se dejan acariciar de las raras pero buenas entrañas. O en los refrescantes gorgoteos  de la cascada del estrecho, bajo la mirada atenta de algún lirón careto, aquel de los visionarios cuentos reales de Rodríguez de la Fuente. O bajo la sombra erecta del mayestático horcados rojos, dando corvos zancajos para aprovisionarnos de buena charla y mejor compañía en cabaña  Verónica.

Nos echamos al monte en la isla de las perdigonadas literarias, o en el refugio de las ‘penas’ blancas. Donde la noche bordea el temor al precipicio que se avecina sobre esta raza de mala baba.

Y los arácnidos de largas patas, inofensivas, juegan al insomnio con nuestro error olvidado en la mochila de lo siniestro: el séptimo  infierno que nos desdice y nos señala en aquellos pecadillos inconfesables que aporrean la destartalada puerta hasta el alba. Los astros fugaces caen sobre la conciencia y los susurros sin forma rezongan, crepitan y rebañan el ser sin nombre que nos habita desde una oscuridad que se resiste a ser iluminada.

No echamos al monte, por cada acto de egolatría que define esta  raza. En todo alarde de cobardía que bendice la cómoda –maldita− ignorancia. La indolencia manifiesta de una especie desnaturalizada, alienada, adulterada, llena de pústulas, costras y máscaras para justificar la decadencia y su trampa.

El juego se acaba, los caminantes se paran. El arco de la victoria se desmorona dentro de las patrañas, entrañas ahora extrañas, memorias sin sustancia. Lo cierto es que la realidad no encaja por evidencia de excesos. La verdad es que no existe la realidad ni la certeza. Y los caminos se difuminan con lapiceros de cartón pétreo. El tablero está dispuesto, las jugadas prediseñadas. Las variantes prohibidas, legisladas, criminalizadas.

Un hombre que no mira hacia las estrellas, ya no es un hombre. Un mundo que se humilla en la evasión, no tiene ningún mañana. Nos quieren convencidos, dóciles, sumisos, controlables, controlados, dirigidos, esclavos. Un mundo de Ilotas, idiotas, engreídos creídos que controlan sus vidas. Porque no hay mejor prisión que aquella que elegimos ‘libremente’.

Libertad para elegir la forma de esclavitud. Podemos votar el método para desaparecer, nada más. Las estrellas ya no brillan para la especie humana. Se alejan y se alejan… decepcionadas. Un número ‘primo’, eso nos define.

Y un tatuaje de hielo en la mente. Marcados, ganado, sumarios para la enésima extinción…

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