Opinion José Juan Cano Vera 01/01/2022

RELIGIÓN, LA CRISIS VIRAL

Se va un año en el que solo habrán fracasado los que lo hayan vivido en suspenso, en espera de tiempos mejores, engañados.

No estamos al comienzo de una legislatura esperanzadora, sino en el desenlace de una trama diseñada como un castillo de naipes, jugadas de póquer, insostenible sobre lo artificial y el ilusionismo político electoral que manipula el poder económico, creado por los tres grandes sistemas monoteístas. Nos defraudan y crean unas perfectas tormentas de miedo globales.

Se va un año en el que solo habrán fracasado los que lo hayan vivido en suspenso, en espera de tiempos mejores, engañados.

Lo mismo puede valer 2022. Afirmar que la vida es lo que pasará después de las pandemias es cambiar las barajas de la historia por la histeria colectiva promovida, el futuro es una incógnita para la Humanidad, salvo para los ocho grandes, más o menos.

El último virus surafricano dispara todas las alertas en medio de la confusión, la permisividad demagógica calculada y el fallo, falso, escondido, de las farmacéuticas que tras tres años de lutos y desastre sanitario, dicen no haber encontrado el fármaco idóneo para curar. Es mentira y extraña el silencio de organizaciones con inmenso poder informativo, ético, ideológico y económico. Incluimos al religioso.

En nuestro país −nos apresuramos a decir con todo respeto a la iglesia católica− nos sorprende ese  silencio opaco de no intervenir en el  gran debate del desastre de las seis olas de la pandemia, salvo algunas intervenciones del Papa, y la gestión de Cáritas a escala internacional, principalmente en las misiones más duramente castigadas, asoladas por otras enfermedades de suma gravedad.

La crisis de la Iglesia española viene de lejos, de siglos, como brazo ejecutivo y ejecutor de los estados, la corona y el poder económico, una iglesia anclada en un conservadurismo tradicional que nos ha arruinado, a la nación española, salvo épocas de reinados moralmente más equilibrados.

Se ha refugiados en las sacristías y en una burocracia  anacrónica como ocurre con la curia romana del  Vaticano. JORGE DEZCALLAR, diplomático y ex jefe del Centro Nacional de Inteligencia, lo explica correctamente en uno de sus últimos libros, VALIO LA PENA. También el desastre de nuestra política exterior y diplomática  tras el reinado de Fernando VI y Carlos III, y así mismo en la República dedicada a romperse interiormente hasta en la misma guerra civil.

La situación es seria derivando a crítica, y por ello opinamos, al margen de la cúspide vaticana, la Iglesia católica −incluyendo otras confesiones religiosas− debe tomar iniciativas eficaces, empíricas y espirituales −los suicidios creciendo, disparados− que colaboren en estabilizar emocionalmente, como mínimo, a millones de ciudadan@s hundidos en el miedo, y sus medios de comunicación hondamente politizados.

Y desde luego  en su misión social, base fundamental de su existencia, que necesita el fuerte apoyo del pueblo cristiano, en estos momentos refugiado en sus refugios a los que nos están conduciendo el terrorismo de una guerra sin nombre y apellidos. Ya son más de cinco millones de muertos, una crisis económica y social casi imparable y al borde de la voladura controlada del sistema sanitario global, como estamos sintiendo en nuestras propias carnes en los pueblos, capitales, regiones, y nación.

No, no es derrotismo, el problema lo tenemos en el interior de nosotros mismos. Y el dato para pronosticar, el IPC la subida de los precios hasta un SIETE por ciento, nos lleva a exigir unos segundos PACTOS DE LA MONCLOA, en plena Transición. Evidentemente, en aquellos años teníamos políticos  de altura, hoy la vida política es un zoco de populistas y conservadores divididos por sus ansias de poder.

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