Mientras que el sol sigue apretando de lo lindo, las noches veraniegas se jactan de enaltecer cada día más en festivales a más no poder, las calles de nuestras ciudades se quedan a dos velas, entre todo ello, algún mortal que otro, como el que suscribe, nos da por un hobby que ya no es políticamente correcto: el de leer, el de reflexionar, el de desear adquirir sus propios argumentos.

Esta vez tengo entre mis manos un buen libro de la profesora Mary Ann Glendon, profesora en su momento de Harvard y autora, entre otros, de libros tan sorprendentes como el de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Reconozco que no es un tema que tire demasiado a nuestra ciudadanía, que se menosprecia con propósito a los “grandes derechos” pero que, en un país como el nuestro, en nuestra Europa, juegan con ellos como con un ovillo de lana en las garras de un simple gato. 

Estos Derechos de los que les hablo, en un lejano 1948, se convirtieron en la estrella polar de todo Occidente. Más tarde, con el tiempo, los países que lo pasaron canutas tras las grandes guerras europeas, desde ellos mismos han surgido resentimientos, escepticismos en los estados miembros de Europa hacia tales grandes columnas.

La Unión Europea, cómo no, poco a poco va incorporando otros derechos humanos muy distintos y anquilosados entre las ideologías que hoy nos envenenan. Así, ello ha supuesto olvidar la sabiduría de los que los diseñaron. El principio de subsidiaridad fue el que se llevaría las palmas de todo europeo en aquellos momentos y en algunos de ahora. Mi pregunta es la siguiente ¿cómo se nos juzgará dentro de 100 años desde la generación próxima, si aún existe memoria histórica, “aquellos derechos que crearon un estándar de lo justo a partir de las cenizas de terribles injusticias”?

¿Cómo se llevaron adelante los mal llamados derechos humanos desde una Europa “progresista” que más que derechos ha sido una auténtica vergüenza hacia su ciudadanía?

El escepticismo sobre los derechos humanos, tal cual, ha ido creciendo en demasía en las democracias liberales occidentales. Nos situamos ante una fuente principal del desencanto contemporáneo junto al historial manchado de las instituciones supranacionales: su distancia de los pueblos a cuyas vidas afectan; la sensibilidad ante la influencia política u de lobbies; la falta de responsabilidad democrática.

En Occidente muchos y más que muchos estamos preocupados por la tendencia, por su deriva a articular cuestiones políticas complejas como asuntos de derechos humanos, una inclinación que alimenta la división y menoscaba la grave tarea de encontrar soluciones operativas en asuntos como la migración, una migración que les lleva de cabeza pues no tienen en cuenta para nada la humanidad y sí la mercancía como personas. Otra cuestión ¿Cómo podemos hablar que un derecho es universal en un mundo de tanta variedad cultural y política?

¿Qué ocurre cuando un derecho fundamental choca con otro que también lo es? ¿Qué papel posee la sociedad, el Estado y sus organismos internacionales en la instauración de estos derechos? En definitiva: una idea que contribuyó a traer esperanzas y libertades a millones de personas se enfrenta ahora a desafíos que ponen en cuestión su propia legitimidad.

Primero, más de un listillo se aproximaría de manera selectiva hacia los derechos humanos creando un buen escenario para la perversión que buscaba. Más tarde, en segunda fase, tales alteraciones construyeron virajes en los enfoques y ámbitos de influencia.

Muchos de estos galimatías se aprovecharon de la autoridad moral de tales derechos y lo adornaron según su entender. La mismísima Hillary Clinton, nos lanzaba un slogan que más que ello era un torpedo : “Los derechos humanos son de los derechos de la mujer, y los derechos de ellas son derechos humanos”. -Sí pero No-.

Si algún derecho de los primeros no encaja en su libre entender se fulmina y no se hable más. Así, con el tiempo, de unos derechos hemos pasado a otros irreconocibles. Así la división política y la diversidad ideológica empezaron a amenazar y a transformar todo aquello que les molestase. Ante tanto galimatías muchos derechos universales han pasado a ser simplemente elementales, como para andar por casa. Ya decía Maritain que con “el teclado de la Declaración era posible tocar muchos tipos de música” y acertó de lleno.

Entonces ¿hacia dónde vamos? Los grandes fenómenos que pusieron en marcha los derechos humanos no eran idealistas soñadores, no. Habían vivido dos guerras mundiales y crisis económicas no vistas hasta ahora y me da que la raza humana, con su poderío de inteligencia universitaria y sus tejemanejes políticos ha sido capaz de realizar violaciones sin ningún tipo de reparo respecto a la cuestión.

A fecha de hoy, amigos y defensores de “los de verdad”, heridos de guerras ideológicas y masonas, buscan la generación perfecta hasta llegar al legado que nos transmitieron Eleanor Roosevelt, Charles Malik, Peg-chun Chang o René Cassin y tantos grandes, con alma grande que se dejaron la piel en crear aquel estándar de lo justo ante lo injusto. Ustedes y yo podríamos llegar a pensar en si estaremos a la altura en tales circunstancias como las de hoy.

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