No existe en este mundo otro ser capaz de las mayores atrocidades y a la par las mayores heroicidades. Somos una especie cuando menos intrusa dentro de un universo a medida de nuestra ambición. Ninguna otra forma de vida se inmolaría por ideología, y tampoco se dedicaría al exterminio masivo de la vida en el obsceno marco de la avaricia.

Somos esa rara forma de existencia que asesina a sangre fría, por impulsos brutales, psicóticos, demenciales patologías diseñadas en despachos, sedes y centrales de alguna inteligencia maldita. Peones en el tablero de una partida de fuerza bruta, dominación y expolio del terreno ganado borbotón tras borbotón, sañudo, cruel y encarnizado.

Es la historia resumida de una humanidad genocida. Siglo tras siglo, de libro sagrado a libro ensangrentado, necrología antes y después de la crónica oficial, diario del abordaje en grandes conquistas, masacres, horrores y porquería. Más que medallas se merecían guillotina; y vuelta a empezar la rueda de la vida y la muerte preconcebidas.

Surgimos en este mundo venidos desde quién sabe dónde. Llegamos sin folletín de instrucciones, si guía de uso, sin condiciones contractuales ni garantía que nos explique. Lo llaman libertad de elección, libre albedrío, panfleto en blanco, hemeroteca vacía que se completará a sí misma. Dicen que de nosotros depende llevar mejor o peor biografía. Alcanzar la cumbre más deseada o visitar los calabozos del castillo de la bruja averías.

Nacemos con el disco duro recién formateado, eso dicen, pero yo no lo creo. Acto inmediato comienza el adoctrinamiento extemporáneo, geopolíticamente correcto, atávico, todo dispuesto, muy programático. La instrucción de orden cerrado, la codificación de barras y estrellas más las asignaturas para una buena andadura.

Cada uno es tal cual es, pero no hay más cáscaras que seguir el guion que impone esta sociedad de máscaras vacías. Cual severo apuntador nos dictan al oído, nos ametrallan la vista, el gusto se educa por mimetización lo mismo que el llanto o la risa. Sin embargo, el olfato se inhabilita, al igual que caduca el sexto sentido que alerta y aleja la inmunda pestilencia que nos rodea cada día. Y bienvenidos al juego de una vida que no es tuya.

Somos los seres huecos, somos los humanos rellenos. Somos pavos, lobos o borregos, depende del tiempo que pasemos padeciendo y la paciencia que le echemos al concierto cada año nuevo. Una marcha triunfal para los ‘buenos’.

Carbón y grilletes para los niños malos. Lo que nunca nos dirán es quién elige el papel maché que nos configura y etiqueta. Y me da la nariz que no son buena gente precisamente. Esos directores de orquesta ejecutan la sinfonía de la INMUNDICIA sin que nadie –o casi nadie− rechiste ni patalee desde el gallinero −desde los palcos o la platea está claro que nadie lo hará−. Nos zampamos toda la opereta sin bostezo ni escupitajo en la mucha jeta del ingeniero-compositor. Para eso está la “CLÁ”, para dirigir nuestros anhelos, velatorios y desvelos.

Dicen que la vanidad es el pecado favorito del ángel caído, y su mayor logro convencernos de su inexistencia. Pero yo solo veo lacayos de Satanás allá donde observo sin ojos de hielo, miedo… No podemos negarlo, este mundo es el reino de un diablo terriblemente inmundo y egoísta; concededme esa y esta reflexión: siempre lo fue. Tal vez esta existencia solo sea el infierno de otra vida en otra Tierra. Un mundo muy lejano de un universo cabeza abajo, donde los seres humanos se dedican a disfrutar plenamente cada instante de cada día… Y punto.

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