Todo es posible a fecha de hoy que lo mucho conquistado, hasta la fecha, en terreno europeo, no es definitivo ante lo ganado. Son muchos los que no desean renunciar a la historia europea, tema que parecen haber olvidado muchos estados miembros de la Europa posmoderna.

Da la impresión que más de uno no observa  que vivimos en una Europa volcánica, demasiados confiados e influenciados por ese Nuevo Orden Mundial y otras necedades que bailan a nuestro alrededor. Vamos a ver si de una vez por todas nos espabilamos y salimos de la cáscara creyendo que todo está en perfecto estado de revista. ¡Qué más quisiéramos! Las influencias demoníacas no proceden del extrarradio sino desde nuestro propio continente. ¡Ahí nos duele!

Nos da que los pacifistas europeos se han olvidado no solo de mantener la paz sino de guardar su historia y saber hacia dónde van dentro desde este revuelto plagado de graves riesgos. El tema crucial no es solamente Ucrania, no lo es, hay mucho más y no son capaces de considerarlo.

Europa sigue pretendiendo salir de su historia, aniquilar su fortaleza interior con la pretensión más que inútil de multiplicar su pereza y la absurda demagogia, la cual marcha al compás de ideas simplonas y, tal situación, no es sólo achacable a sus líderes políticos, sino que son los diversos estados, anclados en su pretendido bienestar, quienes han deseado salir de su humus viviente, cortar de raíz con el pasado y empolvarse del mundo ilustrado.

Ahora mismo, Europa y sus estados miembros, entre Ucrania y sus postulados económicos, la ciudadanía europea sigue más lejos que nunca de los mandatarios de Bruselas. Realmente, quien nos corroe a la población continental no anda al son de la economía, que es importante, sino desde la batalla por las ideas, Nuestra civilización, si realmente deseamos llamarnos “liberales” con buenos fines, hemos de recordar que es una civilización de ciudadanos, y no del consumidor y del productor, como venimos observando.

La historia no se interrumpió con la llamada guerra fría para dejar paso al plácido reinado perpetuo de estas democracias tan desequilibradas. Hemos de advertir a nuestra población occidental que guerras y revoluciones siguen siendo posibles, y reales. Las memeces que creen haber conseguido como paz, libertad, etc  no están conseguidas para siempre. Hemos de seguir día a día vigilando.

Así, el mero pragmatismo no basta para salir al paso del auge de la demagogia y los populismos. Y es que la mentalidad economicista agendaría del 2030 y sus compinches termina dando prioridad absoluta a la seguridad sobre cualquier otra enunciación. Se advierte muy en serio el peligro de disociar libertad política de la libertad económica.

De este peligro ya hablaba en su tiempo nuestro americano Alexis de Tocqueville en su libro “La democracia en América”, al decirnos que la existencia de hombres centrados exclusivamente en sí mismos, entregados a sus pequeños placeres, y para los que la especie humana se reduce a sus hijos y amigos o colegas cercanos es algo provocativo. 

Así, a la democracia que nos presentan desde Europa, desde muchos de los estados miembros en los inicios del siglo XXI les sigue acechando dos grandes males: el individualismo y la pérdida del sentido del bien común. Tales males son obstáculos de primer calado para afrontar los retos locales y globales del tiempo presente.

Hoy por hoy, Doña Úrsula y sus colegas llevan las de perder creyéndose  que son más que reyes del Olimpo en frágiles democracias. No sabemos si festejar al Día de Europa o realizar una romería por esta Europa que tira agua por demasiados agujeros.

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