ANTE TODO “LA VERDAD”

Quien huye de la idolatría de poner sus opiniones por encima de la verdad querrá escuchar a personas que lo ven todo diferente, para entender qué consideraciones

Opinion 27/06/2022 MARIANO GALIÁN TUDELA
Foto. Tomas Moro
Tomás Moro

Buscar de manera racional toda verdad puede ser un verdadero antídoto frente a la terquedad que hace de cada opinión un dogma incontestable. 

El pasado 22 de junio celebrábamos a Tomás Moro, patrón del mundo político y gobernantes. Uno del “trío de Ases” junto a Cheschertony Newman ,ingleses hasta la médula, que han enarbolado los mundos de la coherencia de vida, la verdad,  la fidelidad a la conciencia y la empatía a los demás en la defensa de la verdad . Tres astros luminosos que nos ha dejado la historia del cristianismo y siguen siendo fundamento para los tiempos que corren.

Tanto los libros de Mariano Fazio “Contracorriente…hacia la libertad”, Hannah Arendt “Verdad y mentira en la política” y, Allan Bloom “El cierre de la mente moderna”, todos ellos, una y otra vez giran en torno al mundo de la verdad donde parece ser hoy no tiene butaca donde sentarse. ¿Y ello? Cuando algunas universidades americanas y europeas empezaron a predicar el relativismo, dejaron de tener en el centro la búsqueda de la verdad y pasaron a inculcar la aceptación de la diversidad por encima de otros valores, la movida desde ese momento hasta la actualidad no ha pasado. El mundo político y medios de comunicación siguen deseando estar en primera fila y seguir las diversas formas que marca el protocolo de lo políticamente correcto. 

El relativismo ya exige y apuntala hoy con osadía el igualar todos los puntos de vista y estilos de vida, salga el sol por donde salga. De aquí en adelante, como no existen criterios objetivos según ellos y discernir cuáles son mejores, los tuyos o los míos, de aquí en adelante nadie tendrá derecho a criticar aquellos con los que discrepa. Si se le ocurre hacerlo, se considera enemigo número uno de la propia “apertura”. Todo un circo multicolor.

Curiosamente, el empeño de garantizar tal variedad se ha convertido en fuente de intolerancia y existe tal sensibilidad que han pasado a ser más que legítimos “las frenadas” contra ponentes en forma de auténtica censura. Este espectáculo ya lleva su tiempo dándose en todos los asuntos de importancia de la vida cotidiana.

 Sabemos que las virtudes intelectuales, poseer una apertura mental y el amor a la verdad es lo que nos animaría a más de uno el proceder  y respetar a quienes discrepan de nosotros. Así hicieron desde el primer momento el “trío de Ases”. Sabemos que los relativistas y posmodernistas en general nos lo pondrán difícil, pero quien crea estar en la certeza de un determinado debate, debería llevar consigo una actitud de escucha para profundizar en su comprensión y enaltecer su capacidad al defenderla.

Hemos de tener claro que la búsqueda racional de la verdad puede ser un antitóxico frente a obstinaciones que hacen de cada opinión un dogma incontestable. En cierta ocasión llegué a leer “quien huye de la idolatría de poner sus opiniones por encima de la verdad querrá escuchar a personas que lo ven todo diferente, para entender qué consideraciones (pruebas, razones, argumentos) le han llevado a un lugar diferente del que, por ahora, nos podemos encontrar”.  No debe servirnos nunca el boicotear aquellas ideas que nos desagradan de principio y, antes de poner los motores en marcha, es mejor escuchar de forma respetuosa y llegar a aprender del contrario en lo que discrepo.

Estoy seguro de que nuestro Chescherton nos cuestionaría ¿Serviría mejor a la causa de la búsqueda de la verdad si se entablase con el otro un debate civilizado? ¿Seríamos capaces? La disposición de tomarnos en serio a toda persona con la que disentimos y nunca la “indiferencia relativista” es lo que nos podría vacunar contra el dogmatismo que se lleva hoy en la plaza pública, aquellos que son sumamente tóxicos para la salud de nuestra ciudadanía, nuestras universidades, debates varios y para el funcionamiento de nuestra democracia. 

Aquí dejaría constancia de unas palabras de Millán Puelles, de su libro “El interés por la verdad” donde deja imperar como condición esencial de la existencia la inclinación humana a interesarse por el conocimiento de la verdad que es la inteligibilidad misma de lo real. Ello obliga a discutir la tesis kantiana de la imposibilidad de conocer el ser del objeto. La crítica del peculiar “activismo” de quien busca sin querer encontrar, que se define por ser “más amante de descubrir la verdad que de la verdad descubierta”.

La vida y la obra de Tomás Moro, tan recomendable ayer como hoy, nos recuerda ante el desprestigio y los representantes públicos, que el crédito y el respeto en política depende sobre todo de la integridad y la altura de miras de quienes la ejercen. La Verdad, una vez más, es la que envuelve de lleno todos estos buenos haceres.

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