PERVERSORES DEL LENGUAJE

No porque mucha gente cometa un mismo error el disparate deja de serlo. Si todos exigimos, unidos, un buen uso del lenguaje, este podrá significar algo

Opinion 28/03/2024 Jesús de las Heras
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PERVERSORES DEL LENGUAJE

Antes te castigaban en el colegio cuando no te sabías la gramática. Te suspendían el examen de Lengua Española, y luego tus padres te ponían un castigo más o menos justo, más o menos lógico, porque habías sido un gandul que no había estudiado. Recuerdo que con diez añitos me hicieron un examen de ingreso para el Bachillerato que te suspendían si tenías siete faltas de ortografía, o más, obligándote a repetir curso o a olvidarte de hacer el bachillerato.

Los bachilleres entonces no eran burros, sino gente que sabía lo que se había estudiado y —lo que es aún más difícil— que había aprendido todo lo que se estimaba que un buen ciudadano debería saber aún en aquellos tiempos de dictadura infecta, la del General Franco.

Entonces no todos éramos iguales: unos eran más ignorantes que otros, porque unos habían trabajado más que otros para saber más. La meta no era saber más que el otro, sino saber más. Si el otro sabía menos, era problema suyo, y lo miráramos o no por encima del hombro o no, era un problema suyo también.

Ahora las cosas han cambiado, y mucho. Ahora ya no hay examen de ingreso ni curso preparatorio para acceder al Bachillerato, que ya no tiene siete años (si contamos como tal el curso preparatorio para acceder a los estudios de grado medio), sino solo dos, porque se les ha antecedido un grupo de cuatro cursos de una cosa que se llama Secundaria que es irrelevante, porque sus calificaciones no cuentan en absoluto para el acceso a la universidad, de modo que da igual que saques una media de cinco o de diez para que accedas al bachillerato, como todo el mundo, o casi.

Por eso ahora la Enseñanza Media ya no es cosa de críos, sino de adolescentes que se creen con derecho a todo porque para eso han nacido, cosa que nunca han pedido, y tal y cual. Sí, no es poco frecuente oír esa estupidez, que es como quejarse de que te han hecho un regalo de cumpleaños que tampoco has pedido, solo que el nacerte ha costado mucho más esfuerzo que ir a la tienda a comprar una cosa con un dinero ganado con el esfuerzo de un rato en el trabajo, si no es que te lo han dado tus padres… Mi respuesta a esa gente es muy poco políticamente correcta, pero totalmente lógica:

Oye, tío, si no te gusta el enorme don de la vida, devuélvelo, o sea, suicídate. Nadie te obliga a seguir vivo. Si no tienes la valentía para ser coherente, cállate. O asume que lo que dices es una necedad, y cambia el rollo, porque la vida que te han dado no te la van a poder dar otra vez si la desprecias ahora.

¡Qué rollo, no? Pero es que las gilipolleces a veces me indignan, perdonen ustedes.

Como les decía, ahora resulta que todos somos iguales. Lo dice la Constitución Española de 1978: Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social (Artículo 14). O sea, que a mí no me pueden discriminar por ser un ignorante o imbécil que no quiere aprender nada. Vale.

Pero, claro, no me pueden admitir como socio en el colegio de abogados, o el de médicos, ni tampoco elegirme Míster Universo ni darme un Premio Nóbel.

Para tener derecho a una de esas cosas hay que tener estudios o haber trabajado mucho, o ser muy guapo, cosa que ni tienen todos, ni han hecho todos, ni lo son todos. Lo que sí que dice es que no se me puede discriminar por tener otras opiniones, y resulta que es público y notorio que se discrimina a gente por sus opiniones: se les difama diciendo que son de extrema derecha, o (femi)nazi si las opiniones que dicen no se pueden contestar con argumentos lógicos, en una clara desvergüenza de ataque ad hóminem que denota falta de argumentación y por ende de honestidad al no aceptar argumentos mejores que los propios, y confesión evidente de falta de inteligencia por no tenerlos en cuenta. Se trata de ganar el debate, no de hallar la verdad.

Y, claro, los recursos más facilones del ignorante son el insulto y la difamación. Y la cosa va a ir a peor porque tenemos ministros tan contumaces que han eliminado la Filosofía de los planes generales de educación. Como si una nación pudiera prescindir de una asignatura tan importante como esa, que es la que te enseña a pensar. La otra asignatura que te enseña a pensar es la Matemática, pero parece que esa también tiene los días contados… Y todo por un plato de votos.

Por otra parte, lo que el vulgo no tiene claro es eso de discriminar. Se ha creído que discriminar es diferenciar, hacerte diferente porque no eres igual que los demás, a pesar de que la ley dice que todos somos iguales. No me extraña, en un país tan abicicletado intelectualmente —por no decir otra cosa más gorda— como el nuestro, en el que se esgrime la ley de forma torticera para negar la realidad: pues no, señores, resulta que no somos todos iguales.

Aún es más: no hay dos personas iguales, ni siquiera dos gemelos; porque siempre uno es más guapo que el otro, o más borde, o más alto, o más gordo, o más gandul…, fíjense que hasta ustedes mismos tienen una pierna un poco más larga que la otra, o un ojo un poco más grande que el otro, o una oreja algo más pegada al cráneo que la otra, o incluso un agujero de la nariz algo más redondo que el otro. No, no hay dos cosas iguales en la naturaleza. Y entre dos personas elegidas al azar, siempre hay una más cerril que la otra.

O pongan ustedes el adjetivo que quieran: siempre habrá una más que la otra. Y no pasa nada, porque en la diversidad está la riqueza. Discriminar es, según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, Seleccionar excluyendo. Yo aún perfilaría más esa definición:

discriminar es negarle a una persona un derecho que tiene en función de una diferencia. Por ejemplo, no dejar votar a una persona en unas elecciones porque es negro. O porque es feo. O porque es gordo, o flaco, o porque fuma, o porque padece aerofagia. A ustedes le parece una aberración, ¿a que sí? Pues bien, en algunos países les impiden votar si no saben leer y escribir. ¿Es eso discriminar?

Puede ser un requisito. Y si le exigen ese requisito a todos los que pretenden votar, no hay discriminación alguna. Otra cosa sería que le dejaran votar a usted dos veces porque vive en el Barrio del Carmen, pongo por caso, y a los demás solo una.

Pues bien, los escolares ya no salen del bachillerato con solo siete faltas de ortografía o menos en un texto de cierta extensión. Yo he visto faltas de ortografía en informes médicos, elaborados por gente que ha estudiado una carrera de diez años, amén de su bachillerato, secundaria y primaria correspondientes, y ya no es nada del otro mundo ver incorrecciones ortográficas en los subtítulos de la televisión e incluso en libros publicados por editoriales bastante solventes. Solventes porque venden muchos libros, no porque sean un ejemplo de las letras, en algunos casos —que sería injusto generalizar en esto, como en cualquier otra cosa—.

Pero, miren ustedes, uno se solivianta cuando ven burradas impresas, o dichas por profesionales de la palabra, como presentadores de televisión o locutores de radio cuando dicen algo como y indispensable o o otros, hasta el punto de que oidores y veedores de semejantes dislates los copian, porque por algo lo han visto en la televisión o lo han oído en la radio. Ya no se acuerdan de que hablar bien es serio e indispensable para que lo entiendan y le tengan en cuenta u otras razones.

Sí, supongo que ya no queda tanto para que a los eístas y uístas nos llamen cursis. Claro que las opiniones de los que de tales cosas nos tilden nos va a dar lo mismo. Al fin y al cabo el loco de la colina —que decían los Beatles— es el que observa a los demás desde su atalaya y comprueba que los locos son ellos, esos que lo discriminan a él en base a la profunda ignorancia que les supura en cada palabra que profieren.

Porque se puede ser ignorante, pero lo grave es que se presuma de ello. Y los iístas y oístas lo son en grado sumo, el grado contumaz de los que saben que algo está mal, pero lo siguen haciendo, los que perseveran en su error por cuestiones extralingüísticas, en este caso.

Pero hay otros errores menos evidentes que están enseñando a la gente a hablar mal desde la cátedra del micrófono o la cámara de televisión y aún de cine: el mal uso de los relativos. Frases como Es un libro que su autor nació en Córdoba, siendo lo correcto

Es un libro CUYO autor nació en Córdoba. A estos yo los llamo quesuístas. O anticuyeros, porque a fuerza de hablar mal, acabarán con el precioso relativo cuyo. Lo curioso es que cuando aprenden inglés, los que tal hacen nunca prescinden de su equivalente whose, que suelen aplicar bastante mal, porque solo se usa con personas en inglés del fetén, pero luego no tienen sonrojo alguno en decir la mesa cuya pata está rota: the table whose leg is broken, en lugar de the table the leg of which is broken o sea, la mesa de la cual la pata está rota.

Lo menciono porque hacen demasiado bien en un idioma extranjero lo que deberían hacer en el propio correctamente. De locos, ¿verdad? Porque la ignorancia es atrevida.

Otro ejemplo menos patente del mal uso del relativo es en frases como es una verdad que no la entiende la gente. Demonios, si el objeto directo ya estaba en que, ¿para qué añadir ese la? Solo sirve para complicar la frase con algo que ya se había dicho, pues que está en lugar de verdad, y añaden otra vez esa palabra por medio de la.

Es una incorrección que se puede admitir en el habla, porque a lo mejor hay gente que no retiene una palabra que se ha dicho un par de segundos antes, pero es totalmente inaceptable en el lenguaje escrito, en el que es posible corregir los defectos ortográficos, morfológicos y sintácticos. Pero, también, si se da en el lenguaje hablado DE LOS PROFESIONALES, desdice mucho de la categoría de los que profieren semejantes dislates.

Podría seguir dando ejemplos de malos usos del idioma que nos pertenece a todos, y por lo tanto cada uno puede hacer con él lo que quiera, pero dentro de un orden que marcan el buen gusto, la gramática y la aspiración de que los demás usuarios lo entiendan a uno; pero no quiero aburrirles a ustedes, y además porque ustedes mismos son conscientes de las barbaridades que hacen muchos de los que viven de la palabra con lo que no es suyo en exclusividad.

No porque mucha gente cometa un mismo error el disparate deja de serlo. Si todos exigimos, unidos, un buen uso del lenguaje, este podrá significar algo.

Que ustedes lo hablen bien.

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