Sin duda, el personaje más importante de la reciente historia española desde la mitad del último siglo veinte, fue o ha sido, a veces en la sombra, TORCUATO FERNANDEZ MIRANDA, no solo como político, jurista y cultura, sino como el profesor que enseñó al príncipe y luego rey, Juan Carlos de Borbón que posteriormente desengañó a gran parte del pueblo español y dio armas a los enemigos de la democracia y de los intereses nacionales, enemigos viscerales del Estado del  Derecho y del Bienestar, hasta nuestros aciagos días de morralla ideológica, desde la derecha a la izquierda radical, como queda demostrado en la última encuesta de este pasado jueves,  ya que el NOVENTA POR CIENTO DE LOS ESPAÑOLES NO CONFIAN EN LOS PARTIDOS que caminan de las manos de políticos que han convertido el parlamento y el senado, en un drama, ahora que este lunes se celebra el Día Mundial del TEATRO.

No fue por sus actividades  directas  en la vida del país sino por su inteligencia a veces fría y distante, pero enormemente −si se me permite apuntarlo los progresistas de cartón− por su patriotismo, hasta tal punto que llegó a romper con su alumno al que enseñó que solo desde la ley a la ley se podía tener una nación libre,  fue cuando en la Zarzuela −la de la corona con música− se opuso frontalmente a la España de las 17 autonomías, y a la cesión a las regiones de transferencias claves como Defensa, Interior, Justicia y Sanidad, que estamos lamentando con lágrimas de cocodrilos, como dicen las escrituras bíblicas.

En ese día terminó su brillante carrera política, aunque anteriormente a la muerte de Carrero Blanco, el clan de El Pardo liderado por la esposa del general, se opuso a que presidiera el Gobierno dando paso al inútil ministro del Interior, Arias Navarro, encargado de que los terroristas de ETA no mataran a Carrero Blanco, momento del  inicio del  réquiem del régimen.

Torcuato nos lo contaba en Barquillo 9 despidiéndose con gallardía, en una noche de pronósticos oscuros. Sobraba y los políticos con categoría, especialmente humana, son ejecutados.

Hoy estamos siendo testigos  de cómo  se van eliminando instituciones  claves, desde el aznarismo y el zapaterismo que han crecido en los mundos de la justicia dividida en clanes, Presidencia erosionados los servicios de inteligencia del CNI y choques silenciosos en las policías con un Marlaska sicótico, unas fuerzas armadas socialmente maltratadas y armadas, violencia de género disparada y amparada con leyes obtusas, okupas negociando con propietarios, invitación feminista a la androfobia y como se discuten disparates como en el caso de las familias numerosas, una sanidad politizada y sin sentido de estado, aumentando la criminalidad y una corrupción convertida en arma electoralista con apoyo sindicalista. Y la lotería de las pensiones.

En este marasmo estalla otro gran escándalo que salpica a la histórica Guardia Civil, hasta hace pocos años considerada como una de las  policías mejores del mundo libre y occidental, hasta que ROLDAN, un militante estrella del PSOE la hizo, recibido con aplausos por ser el primer civil que mandaba a la Benemérita, tocada en sus fibras más íntimas.

Luego vino una mujer amiga íntima del gran hermano, y nuevo golpe bajo a los 82.000 guardias que sirven para todo lo bueno que puede dar un ser humano. Pero como si quisieran darnos en la boca, es sustituida por una señora con carguito, en un momento complicado y lleno de dudas porque la cúpula está nombrada a dedo. Las imágenes de la dimitida rodeada de generales, es bochornosa, obligados seguramente y cediendo para no aumentar la crisis.

Uno, en su ingenuidad sospecha que la incompetencia es un arma mortal en un cuerpo armado que necesita, para la tranquilidad ciudadana, soluciones inmediatas y consensuadas. Me dicen que los de Bildu y aliados catalanes, están muertos, pero de risa. Los comprendo.

Porque ayer diez asesinos etarras, entre ellos AMAIA que colaboró en el  vil asesinato de MIGUEL  ANGEL BLANCO, fueron trasladados al  País Vasco, como compensación a Bildu por su apoyo al presidente Sánchez, mantenerlo en el poder, manchando de sangre, un poder compartido injustamente. Mil españoles y españolas asesinados por los pistoleros vascos, entre ellos 148 guardias civiles y policías.

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