Aunque la llamada solución de los dos Estados sea la que ha propuesto la ONU desde mediados del siglo XX y la que todavía apoyan oficialmente Israel, la autoridad nacional palestina y las grandes potencias internacionales, su popularidad está clarísimamente a la baja.

Hoy, solo un 35% de los israelíes, cree que su país puede vivir en paz junto a un estado palestino, quince puntos menos que hace solo diez años. Un desencanto que comparten intensamente los palestinos, apenas un 24% apoya esta solución, 35 puntos menos que hace también 10 años.

El 16 de marzo de 1979, Salat estrechaba la mano del primer ministro israelí, Begin, en los jardines de la CASA BLANCA que habían negociado durante trece intensísimos días en la residencia presidencial de Camp David, prácticamente aislados en mitad de los bosques, y que estuvo a punto de descarrilar en numerosas ocasiones.

En él, Egipto reconocía a su vecino y le garantizaba acceso al canal de Suez, mientras que Israel se retiraba de la península del Sinaí.

Salat y Begin ganaron  el NOBEL pero la paz entre palestinos e israelíes no estaba por eso más cerca. Lo cierto es que Israel solo se había comprometido a un marco de negociación sin cesiones concretas a los palestinos, que habían rechazado incluso eso.

La Liga Árabe lejos de seguir el ejemplo de Egipto, lo expulsó. El presidente Salat fue asesinado unos años después por un grupo terrorista que rechazaba los acuerdos de Camp David y buscaba hacer desaparecer al pueblo hebreo. No se trata de hacer justicia sino de levantar un dilema global en una zona estratégica por donde circula miles de barcos entre continentes, hoy marcada por la piratería comercial ante la preocupación de la Unión Europea, y países  neutrales.

En el verano de 1988 Jordania renuncia a sus reclamaciones territoriales en Jerusalem y Cisjordania en favor de la OLP de Arafat, que ese mismo año dio un profundo giro hacia la estrategia de negociación, reconoció el derecho de Israel a existir y el principio de paz por territorios establecido por la ONU.

Tras una cumbre multilateral en Madrid y dos años de complicadas negociaciones en 1993 se logró por fin el gran avance. Israel y la OLP negociaron cara a cara en Oslo, se reconocieron mutuamente y en diciembre llegó la foto que parecía imposible.

Bill Clinton sonreía mientras un pletórico Arafat estrechaba la mano de un claramente incomodo Rabín. Pero los acuerdos de Oslo fueron mucho más que una foto, los dos enemigos se comprometieron a crear la autoridad nacional palestina, un paso de gigante hacia la solución de dos estados, que creó un gobierno en Gaza y Cisjordania, además, Israel se retiraría de algunos territorios ocupados y los palestinos aceptarían que permanecieran al menos de momento, en  numerosos asentamientos.

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Como en un siniestro teatro de los acuerdos de Camp David de quince años antes, la esperanza desatada solo fue comparable con el enfado de las facciones más extremistas, en Palestina, un grupo radical llamado HAMAS rechazó el acuerdo y anunció la violencia terrorista, en Israel, como le había pasado a Salat en Egipto, la reacción de los ultras ortodoxos fue tan virulenta que Rabín fue asesinado por un joven  cuando salía de un acto multitudinario en favor de la paz.

A pesar de todo, en los noventa todavía parecía que la paz era cuestión de tiempo.

El ataque brutal de Hamás contra Israel el pasado octubre  no es solo un capitulo más en el empeoramiento que, como mínimo, no parece alentar las posibilidades de un gran acuerdo que haga realidad la promesa de un estado israelí conviviendo en paz con un estado Palestino.

La solución de dos estados que ya proponía la ONU en 1948 y que desde entonces ha sido parte integral de todos los fallidos procesos de paz está más cerca que entonces, pero sigue siendo remota y en una crisis crecida que puede sumar a todos los países árabes contra el estado de Israel. EEUU y la Unión Europea han intentado resucitar el proceso de paz en 2007, 2010, 2013, siempre sin grandes avances.

Los palestinos ven como el abandono de sus antiguos aliados árabes es todavía más pronunciado, con países como los Emiratos Árabes, Bahréin o Marruecos estableciendo relaciones con Israel, bajo el patrocinio de EEUU, mientras que Washington cada vez se toma menos en serio su papel de mediador, durante la presidencia de Trump se reconoció a Jerusalem como capital de Israel y su soberanía sobre los altos de Golán.

Por si esto fuera poco, los palestinos siguen divididos. Hamás ya no controla la franja de Gaza, y la autoridad nacional palestina, desde Cisjordania se encuentra en una situación imposible, no puede reconciliarse con ellos, con el terrorismo patrocinado por Irán, Afganistán y Qatar porque le supondría el rechazo internacional, ni tampoco enfrentarse claramente a los radicales si no quiere dar la apariencia de que se alinea con los judíos. Los viejos problemas no se han resuelto, y en el entretanto se han sumado muchos nuevos estallidos sangrientos en una guerra soterrada de sistemas que pueden terminar con la existencia de Israel.

La situación no da para tener muchas esperanzas.

La guerra de Gaza que cuenta con el apoyo mediático ha entrado en una fase de desinformación, circula miles de millones de euros y dólares y se utiliza en la propaganda las imágenes crueles de niños, mujeres y ancianos, como chantaje emocional, sin embargo las hazañas rusas en Ukrania se borran de los telediarios, tertulias y medios de comunicación de papel y digitales mercenarios al  servicio de los poderes políticos, que en nuestro país han tomado partido, sin embargo  somos objetivos preferentes del terrorismo yijadista que en la estación de Atocha y en Cataluña, causaron más de cien muertos, y en la  década de los ochenta y noventa del pasado siglos colaboraron con Eta, palestinos, argelinos y libaneses, como explico en mi libro ESPIAS DE FRANCO.

También Venezuela y Cuba, jugaron sucio en España, patrocinadores de la izquierda populista, hoy gobernando bajo el paraguas de Pedro Sánchez, junto a separatistas y un comunismo camuflado de salvadores del proletariado, hundida ya la clase media, otra forma de corrupción porque la ética política no funciona y por elevación se dispara contra los jueces, se amnistía a delincuentes políticos y a golpistas fugados.

El dilema es que hay que elegir, entre apoyar una democracia israelita o un infierno terrorista que ha hundido al pueblo palestino manipulado por monarquías árabes y regímenes tiránicos. No, no se merece el pueblo judío otro genocidio tipo nazi o el que funcionaba con Stalin o este  nuevo en carne viva.

Opino que tampoco el pueblo palestino pero debe alzar su  voz y combatir a quienes tratan de convertirlo en instrumento de guerra o en una teocracia donde los abusos y el terror tiene como ejemplo a Afganistán, Irán, Nigeria, Sudán y otras dictaduras. Un horror.

EPÍLOGO.- Ayer supimos, de fuentes competentes, que el consumo de TELEVISIONES, ha bajado a MÍNIMOS HISTÓRICOS. Es lógico, basta consumir una semana para un análisis, y sentir como nos aburren, te castigan sicológicamente, te dan miedo, te desinforman y te cargan de publicidad engañosa o sexista −de diez imágenes, siete son con mujeres− desinforman especialmente las TERTULIAS PREPARADAS POR LOS PARTIDOS, reflejo amoral de la vida política y parlamentaria españolas-.O relatos de guerras instrumentalizados.

Y tenemos algo que clama al cielo, el silencio TOTAL de las persecuciones brutales a colectivos cristiano o no, en naciones gobernadas por salvajes, dictaduras populacheras que desencadenas guerras religiosas o racistas −incluyendo potencias blancas− a la vez que alimentan al terrorismo global que mata indiscriminadamente −como hizo ETA y el FRAP− y derriban democracias y persiguen a adversarios ideológicos.

O comercian con armas. O potencian el tráfico de drogas, desde el poder. O convierten a las mujeres en un zoco de esclavas sexuales, sin que el feminismo pase de sus estrechas fronteras locales.

La campaña de desinformación del terrorismo internacional utilizan las imágenes morbosas de niños víctimas de la guerra. En el caso de Gaza la guerra la iniciaron los terroristas de Jamás. Las consecuencias naturalmente son de los que desencadenan guerras sin cuartel, y luego no se arrepienten, como ha sucedido en España por ejemplo, con ETA.

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