Vascos transterrados por el terrorismo de ETA

"El fanatismo vasco ha acabado con la vida de cientos de vidas, miles de heridos, asesinatos sin resolver y cientos de terroristas cumpliendo largas condenas de cárcel. El único balance que ETA ofreció a la sociedad vasca fue un reguero de sangre y de dolor, conflictos sociales y políticos y un rechazo total de la ciudadanía vasca y española."

Opinion 07/02/2024 Antonio Elorza
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ETA

Una de las peores amenazas internas que ha tenido España desde las postrimerías del Franquismo ha sido el terrorismo de ETA. Ideas malditas, tergiversadas y mezcladas con una quimérica concepción fanática y tribal de la superioridad de una supuesta raza vasca han causado durante sesenta años un sufrimiento indescriptible en muchos ciudadanos, dinamitado la democracia y asesinado a cientos de; militares, policías, civiles inocentes y destruyendo también toda clase de infraestructuras. ETA, en su insania, declaró la guerra a España, contra los españoles, las ideologías y proyectos que se oponían a sus delirios de un estado vasco puro.

En los orígenes de esta lucha irracional había que defender un alma y lengua vascas frente a las costumbres extrañas de los otros. Uno de los lemas más repetidos por ETA era el lamento por una supuesta libertad vasca perdida, de modo que los hijos de la Madre Euskadi no podrían nunca sentirse felices hasta que no saliesen definitivamente de prisión o del destierro.

ETA clamaba primero con la palabra y luego con las armas que todos los abertzales, -los patriotas vascos- se levantaran unidos para luchar contra el otso beltza, el opresor español. Basados en conceptos delirantes sobre la excepcionalidad de la esencia racial vasca, ya en sus albores, los fundadores de ETA tenían conciencia de pertenecer a un pueblo elegido y padecían una angustia patriótica inclinada hacia la violencia.

El Franquismo favoreció hasta 1975 el nacimiento de este nacionalismo radical que rechazaba la integración del País Vasco en España asumiendo que nunca había existido una unidad política en Euskal Herria, un territorio que se consideraba fragmentado entre Francia y España. Por otra parte, consideraban que el euskera se había empobrecido junto con una pérdida de población en las zonas agrarias, y finalmente, se el régimen foral había desaparecido lo que, en conjunto, había sentado las bases de un sentimiento agónico, de la ruina del pueblo vasco desde tiempo inmemorial que había sido un acérrimo defensor de la casa del padre o harri eta berri, piedra y pueblo.

Con el tiempo se fue forjando un intenso sentimiento comunitario parecido a la umma islámica con un régimen de control y sanciones. De estas ideas de aislamiento nació paulatinamente una conciencia de superioridad.

Guipuzcoanos y vizcaínos del Antiguo Régimen se consideraban diferentes y en el siglo XVI reivindicaban ya una declaración de nobleza universal porque creían ser limpios de sangre, -conversa o judía- fieles a la religión cristiana, valedores de sus códigos forales, defensores del mundo rural, orgullosos de su tierra y lengua (el atávico euskera) y manifestaban un rechazo del otro, una constelación de valores que exaltaba lo vasco como una noble causa.

Se cultivaba así una fiera independencia o libertad nativa frente a la España de los maketos o inmigrantes españoles. Un viejo y nuevo racismo en el siglo XX reunió la síntesis doctrinal para que se extendiera el primer nacionalismo reaccionario vasco frente a unos españoles que consideraban degenerados. Para los nacionalistas fanáticos, en los que se inspirarían los etarras, el País Vasco estaba ocupado por España y sólo la lucha armada, clamarían con el tiempo, llevaría a la independencia.

ETA se arrogaba el derecho, sin elecciones ni parlamentos, de representar al pueblo vasco contra una imaginaria tiranía militar española.

Para ETA la democracia española no era tal porque sobrevivía la dominación de España sobre Euskadi, para los violentos solo la lucha armada llevaría a la independencia total. De este modo comenzaron los secuestros y extorsiones a empresarios vascos (el impuesto revolucionario), atracos a bancos que proporcionaban fondos para el costoso mantenimiento de los comandos y la adquisición de armamento.

Las deserciones internas se pagaban con la muerte. Las acciones violentas de ETA nunca se lamentaban, se justificaban por sí mismas, sea cual fuera el grado de barbarie. Los presos terroristas, no eran criminales, sino luchadores gudaris secuestrados por España en su guerra imaginaria avivada por leyendas románticas como los rituales del partido Herri Batasuna, voz pública de los terroristas, que organizaban; deportes rurales, pelotaris, traineras en un fondo rural idílico o con manipulación a través del diario Egin medio que publicaba evocaciones de eventos históricos como Roncesvalles narrando el triunfo heroico de los vascos contra las tropas francesas.

ETA configuró su estrategia de terror a lo largo de varias asambleas que desde 1962 se convocaron en lugares secretos tales como conventos o iglesias. Se procuraba, primero reclutar a nuevos miembros, captar fondos, acercarse al movimiento obrero y posteriormente pasó a tomar decisiones sobre la insurrección de Euskadi estructurando la organización terrorista en una sección militar y otra política de información. Hacia 1969 la militancia en la organización creció y el País Vasco estuvo sometido bajo la dictadura de Franco a un Estado de excepción.

Los continuos ataques de ETA contra policías y guardias civiles acabaron con la vida de muchos de ellos. La pérdida de compañeros, presenciar asesinatos y un sentimiento de desprotección, causaron el llamado síndrome del Norte, una patología mental no oficialmente reconocida que llevó a muchos agentes al alcoholismo o la drogodependencia.

ETA prosiguió la lucha con su aldeanismo imaginario en una región de España altamente industrializada y moderna que, con el tiempo, estableció la estrategia del emergente nacionalismo tercermundista porque los terroristas encontraron en las tesis anticolonialistas una teoría capaz de explicar la relación de dependencia de Euskadi con España, así prosiguió durante años una guerra de liberación con iluminados vascos que perpetraban atentados y asesinatos, también contra civiles.

En 1974 ETA se dividió en ETA político-militar y ETA militar, la primera unida a la lucha de masas, y la segunda como grupo clandestino. La disolución de la primera (a cambio de excarcelaciones o regreso de etarras del exilio) redujo sensiblemente los asesinatos de casi un centenar entre 1979-1980 a la mitad en los años ochenta y fue la primera fisura del terrorismo vasco en una época en la que se vivía la incertidumbre de la transición a la democracia en España y cuando el terrorismo suponía su mayor obstáculo.

Dado que la banda terrorista había conseguido generalizar el miedo en la sociedad vasca, con; la negativa de hablar de política en lugares públicos, la inhibición política y social ante el terrorismo, la cautela de los medios informativos o el abandono a su suerte de las víctimas forzando así en la población una espiral de silencio.

Solamente entre 1976 y 1982 la banda terrorista acabó con la vida de 498 personas y realizó 70 secuestros. Además, perpetraron atentados contra empresas hidroeléctricas, bancos e instituciones culturales y lugares turísticos. En 1983 comenzó la colaboración policial con Francia para acabar con los etarras residentes en territorio francés, el llamado santuario francés.

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El gobierno francés consciente de las repercusiones del terrorismo para la joven democracia española; retiró a los etarras el estatuto de refugiados, restringió los permisos de residencia, prohibió la estancia de terroristas en los departamentos fronterizos con España, implantó confinamientos, deportaciones a terceros países, extradiciones, persecución policial y expulsiones directas a España.

ETA se convirtió así en una organización criminal clandestina en Francia. Por otra parte, surgieron los comandos GAL que asesinaban a terroristas. Durante la última década de las acciones de la banda hubo conversaciones entre el Gobierno español y ETA que persiguieron la paz, en; Argelia, Suiza o Noruega, pero siempre chocaban contra la imposibilidad de reconocer una quimérica patria vasca en un Estado de derecho que no lo permitía de ninguna manera. Por otra parte, España ya estaba en la Unión Europea y se vivía en una aldea global no en el ruralismo tribal que defendían mostrencamente los terroristas.

La persecución policial y una ciudadanía que se manifestaba cada vez más en público, horrorizada ya por soportar en silencio los asesinatos y secundada por las convocatorias de Gesto por la Paz, constituyeron la vanguardia del movimiento pacifista en el País Vasco, enarbolando un rechazo masivo que desbordó todos los límites.

El fanatismo vasco ha acabado con la vida de cientos de vidas, miles de heridos, asesinatos sin resolver y cientos de terroristas cumpliendo largas condenas de cárcel.

Todo este dolor no ha servido para nada, cuando ETA se disolvió en 2018 se encontraba bien lejos de encontrar sus objetivos fundacionales; la creación de un estado vasco independiente, homogéneo y monolingüe que se anexionase Navarra y el País Vasco francés. El único balance que ETA ofreció a la sociedad vasca fue un reguero de sangre y de dolor, conflictos sociales y políticos y un rechazo total de la ciudadanía vasca y española.

Un capítulo aparte del horror sembrado por los terroristas en España sería analizar la insania de la psicología del terrorista que comienza por una categorización entre; nosotros los vascos y ellos, los españoles maketos.

De este modo se inicia una distorsión perceptiva de la banda terrorista que ocasionó una generalización alrededor de sus creencias (patria vasca pura) de este modo la ideología de la insurrección comenzó a dominar sus acciones y la banda a considerarse superior, sin sentimientos de empatía alguna hacia el sufrimiento de las víctimas, reforzada además por un sentido de pertenencia y cohesión grupal a un pueblo vasco ficticio que requería el control sobre las vidas de otros. Los terroristas no han sido psicópatas sino personas totalmente imputables desde el punto de vista legal.

Abandonar Euskadi por el terrorismo
Un colectivo olvidado por las administraciones en España ha sido el de los ciudadanos vascos que durante la existencia de ETA se vieron forzados a abandonar el País Vasco y emigrar a otras zonas de España donde se sintieron seguros o no temían por sus vidas, fue un éxodo de; empresarios, profesionales, intelectuales, académicos, jueces, fiscales, abogados, periodistas y otras profesiones o simplemente familiares de víctimas del terrorismo a quienes se les coaccionaba y consideraba como enemigos del pueblo vasco.

Además, los terroristas, por medio del terror y los atentados, hicieron lo posible para anular y hacer desaparecer la derecha españolista, a los representantes del Estado (al cuerpo jurídico, sobre todo) y aquellos académicos o periodistas que alzaban la voz contra el pensamiento único etarra en el País Vasco. Muchos vascos se vieron obligados a dejar sus hogares ante la indiferencia de sus conciudadanos, no de forma trágica, sino forzados a un exilio interior, a un transterramiento obligado dentro de sus domicilios.

Parece claro que sin la acción policial y la tardía cooperación internacional ETA hubiese continuado asesinando por más tiempo, aunque la estela de maldad de los etarras vascos ha continuado en otras formas siniestras como; el terrorismo yihadista en EEUU (2001), España (2004) y Francia (2015) que ha tomado el macabro relevo de asesinar en nombre de un totalitarismo criminal amparado en una patria quimérica o en una creencia trascendente.

En Euskadi esta maldad persiste aún en muchas poblaciones, y en muchos vascos, a pesar de la derrota de ETA en 2018, una siniestra mentalidad que permanece en la hostilidad por etarras, supuestamente arrepentidos de su trayectoria criminal que se niegan a colaborar con la justicia, para esclarecer muchos crímenes sin resolver, adoptando así una actitud malévola de indiferencia ante los crímenes de inocentes.

Igualmente, la sociedad vasca, movida por una minoría violenta, ha sido indiferente e insensible ante los horrores provocados por ETA que en buena parte ha sido la clave para la supervivencia del terrorismo. Los vascos transterrados a otras ciudades no fueron exilados por pérdida de un ser querido o patrimonio, o por un conflicto bélico como los republicanos tras la Guerra civil, sino que eran ciudadanos corrientes que se marcharon con lo puesto, abandonados por todos, asistidos si acaso por sus familias,

Fueron empresarios que vendieron sus empresas o profesionales que fueron amparados con empleos lejos del País Vasco, víctimas de coacciones y amenazas de muerte que les condenaron a vivir como alemanes en Mallorca. Con estos ciudadanos no migraron solo personas y familias, sino que se marchó; talento, energía, juventud que enajenó al País Vasco de hombres y mujeres que hubiesen contribuido a la reconstrucción material y moral del país.

Una cifra aproximada del éxodo vasco, -ya que no existen estadísticas fiables para los sesenta años de terrorismo- se estima entre 60 y 150.000 ciudadanos que se establecieron en; Madrid, Cantabria, Málaga y localidades levantinas. Luis Haranburu Altuna expresa con acierto en su libro (Odiar para ser. Nacionalismo vasco. Resentimiento e identidad: 2021) el alcance de esta limpieza ideológica durante décadas:

 Instituciones, ciudadanos y partidos políticos sufrieron toda clase de atentados. ETA se propuso acabar con el Centro derecha no nacionalista en el País Vasco y durante los más de cuarenta años de democracia los representantes políticos soportaron la indiferencia de una parte importante de la sociedad vasca y de sus estructuras políticas, sociales, educativas, culturales y hasta religiosas, y el dolor que produjeron los asesinatos y las persecuciones destrozó a los mejores políticos y a sus familias.

La Judicatura fue también un objetivo preferente del terror etarra, algunos jueces decidieron no someterse a una insufrible pérdida de libertad lo que significaba vivir escoltados, otros, más veteranos, tuvieron que abandonar Euskadi, un transterramiento que supuso la pérdida de una generación de jueces jóvenes que prefirieron aceptar destinos lejos de la amenaza terrorista. 

 Otro de los objetivos de la banda fue la extorsión económica a muchos empresarios vascos para mantener sus actividades criminales, en general el empresariado se resistió a las coacciones con una variedad de motivaciones; sentimiento de identidad, sentirse protegido por la empresa, vinculación al territorio, a su empresa o por convicciones éticas.

Muchos dueños de empresas pequeñas, acusaron un decrecimiento de su actividad mientras que los propietarios de grandes empresas trasladaron sus negocios fuera del territorio vasco. Por otra parte, las Fuerzas de Seguridad fueron el colectivo más indeseado para los etarras, considerado un grupo despreciable, sin dignidad humana, que merecía ser masacrado, un desprecio que afectó también a las familias de los policías que fueron obligadas a sentirse extranjeros en muchas partes del territorio vasco cuando intentaban pasar desapercibidos en sus lugares de residencia.

Este acoso tuvo graves consecuencias psicológicas en estos funcionarios del Estado; suicidios, ansiedad extrema, estrés laboral y postraumático con turnos de trabajo demoledores, abuso de alcohol y problemas familiares.

Muchos ciudadanos corrientes sufrieron también la opresión de la banda terrorista y tuvieron que abandonar sus domicilios y trabajos en el País Vasco, este transterramiento fue una experiencia individual fruto del hastío a causa de la violencia, el miedo o el deseo de proteger a la familia.

La sociedad española, sensibilizada por la lucha contra ETA, les acogió con los brazos abiertos, mostrando su apoyo e intentando que su vida personal no se resintiese. Con el paso del tiempo, cuando esta banda criminal fue destruida por la democracia en el 2018 y unos doscientos terroristas cumplen hoy condenas en las cárceles, algunos han regresado de su exilio interior al País Vasco, en silencio, sin llamar la atención o recibir homenajes (como aún se hace a los presos etarras que recobran su libertad después de largas penas).

Todos estos hechos violentos perpetrados en un país europeo moderno durante los siglos XX y XXI han sido dramáticos, el transterramiento de los ciudadanos vascos expulsados se convirtió en otra fase de sus vidas. Un turista disfruta de los cambios de residencia, el exiliado los padece por la angustia cotidiana de saberse sin patria fija, y la melancolía de todo lo perdido le va dando una actitud de naúfrago terrestre y actúa como si nunca pudiera pertenecerle lo que ve, como si siempre fuera un invitado que no es esperado y al que debe admitirse casi por compromiso en una habitación clausurada. 

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