Nunca antes un vicepresidente había brindado en una fiesta del PCE

El ex líder de Podemos se jacta de haber fulminado la cláusula de exclusión sobre el comunismo que operaba desde hacía 80 años en el Gobierno. Ahora pretende imponérsela a la derecha

Politica 27/09/2021 EM
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«Bienvenido, camarada. Ah, ¿de prensa? Detrás de aquella bandera soviética, en la caseta 7 dan las acreditaciones».

 La última vez que este periodista estuvo en una fiesta del PCE fue en la Casa de Campo y los comunistas veían el poder a eones de distancia, liderados por Paco Frutos, que no ofrecía unas perspectivas electorales muy ilusionantes. Hoy la fiesta es más recogida, recoleta incluso, y se celebra en el feudo eterno de Rivas Vaciamadrid. Todo parece seguir igual.

Es como si hubieran trasplantado de las afueras de Moscú el mercado de Ismailovo, donde se almacenan las estatuas de los bolcheviques y se explota la nostalgia de la URSS vendiendo a los turistas todo tipo de cachivaches presuntamente soviéticos, restos propagandísticos salvados del naufragio de 1989. Todas las reliquias totalitarias, allí como aquí, están en un sospechoso buen estado aunque es verdad que las cosas soviéticas se hacían para durar, qué remedio.

Todo parece igual. La fiesta del PCE no ha sufrido aggiornamento estético alguno. La teología marxista ofrece un santoral de devoción fluctuante. Marcos y su EZLN son ya marginales, su cotización ha caído estrepitosamente desde aquellas fiestas de comienzos del milenio.

El zapatismo es un culto extinto y veo también algo languideciente la solidaridad con Palestina, pero ahí siguen, impertérritas a la hambruna y la matanza, todas las tradicionales espadas del comunismo: de Lenin y Mao. Por ahí se ve un parche de Abimael Guzmán, y ni siquiera se pasa disimuladamente por alto a Stalin, de quien se ofrece su Problemas económicos del socialismo en la URSS, un título que marca un récord de pleonasmos en una frase.

 Al diletante le salen todo tipo de causas al paso, «¿has firmado ya contra el ecocidio del Mar Menor?», de tal manera que en tan solo media hora uno puede haberse comprometido contra todos los males que aquejan este mundo, tan reales como imaginarios. Un par de minis de cerveza y la conciencia como una patena, camarada. Todo parece igual.

De hecho este debe de ser el último reducto de la izquierda donde el motor de la historia sigue siendo la lucha de clases y no la interseccionalidad y las microidentidades. Aquí se sigue hablando el idioma de Marx y no de Marcuse. Para los niños hay un castillo inflable algo equívoco porque es de Supermario, que parece un héroe proletario pero en realidad sería un autónomo, que es fontanero.

Todo parece congelado en el tiempo pero algo fundamental ha cambiado. El PCE cumple 100 años, la fiesta se celebra anualmente desde el 77 y esta es la primera con camaradas militantes sentados en el Consejo de Ministros. No es cuestión menor.

A las cuatro actúa en el espacio Pasionaria todo un ex vicepresidente, Pablo Iglesias, y la fiesta la cierra una vicepresidenta que además de militante comunista, Yolanda Díaz, está en su pico de popularidad. A ambos los introducirá Enrique Santiago, que no solo es secretario general del PCE y hombre de ortodoxia indiscutible sino también secretario de Estado para la Agenda 2030.

El orgullo no se disimula. Santiago destaca desde la tribuna que el PCE ha vuelto al poder después de 80 años. Sí, claro, habla del 36. Hay una franca desconsideración con camaradas como Enrique Santiago o Yolanda Díaz, a los que después de años de militancia y orgullosa profesión de fe se les niega que sean comunistas, mientras que basta un tropiezo para que cualquiera sea calificado como fascista.

El título de la charla de Pablo Iglesias huele a la clásica coartada, «Gobernar o tener el poder», para justificar la desviación notable entre la fantasía asamblearia y la realidad del gobierno. Para recordárselo estaban ahí unos jóvenes anarquistas que prorrumpieron en gritos cuando Iglesias tomó la palabra: «¿Dónde está el cambio, dónde está el progreso?».

Fueron desalojados a empujones por el fornido servicio de orden del PCE, que demostraba por la vía de los hechos que Mao al menos estaba equivocado en una cosa, la razón no siempre está del lado del que se rebela.

Iglesias los llamó provocadores y continuó con un discurso que parecía precisamente escrito para quienes se preguntan para qué ha servido el pacto de coalición que le hizo a él vicepresidente. Todo se resume en el hecho glorioso de que Podemos ha conseguido reventar el consenso de la Transición, en el que se incluye, claro, a Santiago Carrillo, cuya impugnación no despierta ya ninguna solidaridad entre los camaradas.

De hecho, si don Santiago estuviera vivo, es probable que hubiera sido sometido a un proceso de autocrítica en el Auditorio Miguel Ríos. Iglesias le reprocha el fracaso de no haber logrado ocupar ningún espacio de poder relevante a pesar de haberse sometido ideológicamente, como todo el eurocomunismo, al marco burgués dominante. He aquí la refundación del comunismo español en todo su orgulloso esplendor.

Iglesias sí puede exhibir varios logros y, a su juicio, el principal es el haber logrado que el PSOE convirtiera a Esquerra y Bildu en sus socios renunciando a cualquier pacto con Ciudadanos. Esta teoría tan elemental, que en realidad es la reivindicación de la autoría de la polarización, la sirvió aliñada con la espesa salsa teórica del marxismo. Un mejunje de subsunciones formales y materialismo dialéctico bajo la que se esconde algo muy sencillo.

Hasta que él llegó, la izquierda comunista carecía de «voluntad de Estado», que es como se llama al posibilismo de quien aplaza la revolución para ir ocupando cada vez más espacios de poder desde donde construir una verdadera hegemonía.

Ha vuelto el Pablo profesoral, el que le explica a los rojillos borrachos de épica que ya no es posible tomar el Palacio de Invierno y que por eso más vale conformarse con un acuerdo de coalición, aunque todos sepan que jamás se cumplirá. España ahora sólo tiene dos opciones. O un frente popular de imaginario pre 78 o la involución democrática que, a juicio de Iglesias, representa toda la gama de extremasderechas a la que niega cualquier legitimidad.

Él se jacta de haber fulminado la cláusula de exclusión sobre el comunismo que operaba desde hacía 80 años. Esa cláusula que ahora pretende imponer a la derecha política y para la que conviene acabar antes con la derecha judicial y económica.

Luego, fuese y no hubo nada. Volverá a tocar Silvio Rodríguez. Esta noche. En el 96 la gran estrella fue el grupo Los Rodríguez de Calamaro y en el 86 el Barón Rojo de Sherpa. Lo que nunca se había visto por aquí era a vicepresidentes.

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