La crisis sanitaria que venimos arrastrando desde los gobiernos de Zapatero, posiblemente antes, entró en barrena con las pandemias, salvo los aplausos multitudinarios cuando millones de acongojados ciudadan@s aplaudían fervorosamente a los sanitarios, héroes que se jugaban la vida, como los soldados en una guerra o los policías en las calles cuajadas de delincuentes, un treinta y siete por ciento extranjeros.

Este esfuerzo enorme de buena voluntad tuvo un escenario ejemplar, en la Región de Madrid gobernada por la presidenta AYUSO que enfrentada al Gobierno populista salvó de una catástrofe social, económica y empresarial a la capital de España, de la mano del alcalde popular, Almeida. Ambos se convirtieron, posteriormente en objetos de ataques y calumnias por parte de la extrema izquierda, con la colaboración de los medios de comunicación drogados por las arcas oficiales del Gobierno porque ganaron de calle unas elecciones y probablemente la posibilidad de repetir en mayo.

Posteriormente con la crisis en la cúpula del PP aterrizó en Madrid, Feijóo, con su fama de hombre sosegado y excelente gestor.

La estrategia clara, puesta en práctica desde junio, es tumbar al presidente gallego y a la presidenta chulapa madrileña. Por ello la manifestación de este pasado domingo, oportunista y manipulada, responde a una estrategia electoralista dentro de un contexto ideológico y a la realidad de una sanidad que funciona con un modelo de gestión gastado, descoordinado y fracasado en el Estado de las Autonomías. Viene de lejos y parece tener una solución fácil.

Peor que la región madrileña, están Cataluña, Aragón, Murcia, Extremadura, Valencia etc. etc. etc. Una sanidad anquilosada y manipulada por sus sindicatos, afines a la izquierda y a la derecha dura. Cataluña lidera el ranking.

La sanidad tiene un presupuesto global de noventa mil millones, el ocho por ciento del PIB y no parece suficiente, porque en la lista de espera hay seiscientos mil pacientes. No se dan cuenta que la sanidad es un valor estratégico y las transferencias nos han dejado en una situación confusa, cara y politizada.

El Gobierno que debería ser el director de diecisiete orquestas, comunidades autónomas, se tapa los ojos, la boca y los oídos, y convierte la confusión en un peligroso instrumento de lucha, como esa lucha sorda en el Poder Judicial sembrando el caos en todos los juzgados de la nación al borde de la paralización y poniendo en peligro la vida democrática de España, ante la perplejidad de la Unión Europea porque crece el enemigo interior a las espaldas del mundo civilizado. Sí, somos el objetivo preferente a hundir. Hay pruebas.

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