«CUANDO RUGE LA VULGARIDAD»

Decir que andamos de capa caída, que somos arrastrados a la decadencia más morbosa y atroz, sería quedarse muy cortito en la bastardía del relato facilón, facilona

Opinion 22/08/2023 Juan Sánchez
vulgaridad
LA VULGARIDAD

“Pienso…, luego estorbo”. En serio, cada vez y con más frecuencia llego a la conclusión que este mundo ha entrado en vertiginosa barrena hacia la mierda químicamente pura. No quiero hablar de valores humanos, ni éticos, ni sociales.

Quiero dejar constancia −nobleza obliga, y oficio también−, de una realidad que ha violado todas las fronteras de lo mínimamente razonable, tolerable. Decir que andamos de capa caída, que somos arrastrados a la decadencia más morbosa y atroz, sería quedarse muy cortito en la bastardía del relato facilón, facilona. Decir que somos fiel reflejo de una casta de sinvergüenzas con mando delegado por los ciudadanos-borregos, borregos-ciudadanos, −tanto monta… o algo equivalente−, se acerca talmente al meollo de la cuestión que nos destrona como regentes de una presunta creación divina, luminosa y torera. Y ole los cojones de Manolete, instantes antes del mortal pitonazo del morlaco «Islero».

En esas estamos, hipnotizados cual bigotudo hinchado a ‘pescaico’ fresco, trastabillando por callejones de una crónica con hecatombe secularmente anunciada.

No es plato de buen gusto reincidir en argumentos tan lamentables, pero así las cosas, así las contamos. Acertaba de pleno el ruso universal: “La tolerancia llegará a tal nivel que a las personas inteligentes se les prohibirá pensar para no ofender a los idiotas” − Fedor Mijailovich Dostoyevsky (Presuntamente).

La mirada se oscurece en demasiadas ocasiones ineludibles por su novedosa ‘normalidad’. A poco que cruces el umbral del cubículo interior y te adentres en la selva cotidiana, la convivencia te estampa un jetazo de realidad que atenaza cual delirio de Kafka en lo más sórdido de su procelosa madrugada. O algo similar, si aún no has iniciado el sendero intrauterino de tu metamorfosis.

Lo cierto, amado lector − amigo incondicional tal vez, simplón gulusmero, o fidelísimo enemigo íntimo−, es la abundancia y florecimiento de la filosofía de la vulgaridad, mediocridad e ignorancia cual panacea de todos los males y lamentos que, unida a la idolatrada y vociferada máxima oscuridad –gilipollas pero con dos cojones−, están resolviendo de un botellazo en to’ los morros sibaritas las cuitas sociales desde los albores de la otrora nuestra −’agora’ suya de cuerpo presente−, humanidad.

¿No os habéis sentido fatal al encuentro con ciertos/as energúmenos/as, que proliferan cual despendolados conejos y conejas, plagando cada rincón, plaza, calles y callejones, garitos de relajo sibarita  avec Möet & Cabrón, centros comerciales con piojos y costuras, estaciones de servicio sin servidor pero con lector de barras y estrellas, ladinas cloacas de 4 estaciones, decimonónicas cabinas del Oriente Express o el Tras-Cantábrico a to’ lujo para ciertos barriobajeros imbuidos del soplo divino en el noveno círculo de Alighieri; o en el bufet libre de un hotel de tres estrellas de la muerte con salmonella al rececho, atrincherados tras la bandeja plastiquete-recicling con bocadillo de chóped porquero y pretensiones de morcón zangolotino o bubango sandunguero? Pues mejor que mejor. Eso que lleváis ganado.

El nexo de unión de todo lo anterior –que más de uno/a lo estaréis calibrando− es precisamente LA VULGARIDAD reinante, imperante, endiosada, universal, repelente, aceptada mayoritariamente −por desconocimiento de cualquier otra opción más civilizada−, por todos los mansos participantes en este baile de zombis que llamamos convivencia humana.

No es la carencia de cultura que en todo caso sería incluso justificable, es principalmente la ausencia total de equilibrio mental, juiciosos varemos, límites razonados de cortesía, lo que delata esa caída en picado de la especie. Arrogante violencia desde la ordinariez, grosería, necedad, impertinencia, ausencia absoluta del mínimo respeto hacia los semejantes, irresponsabilidad, ignorancia y bravuconería en unos actos que pretenden justificar con la tremenda actitud de rabia e intolerancia.

Pero que todos toleramos, nadie se planta ante semejantes energúmenos para reprender, incluso repeler sus ataques gratuitos. Son los escombros de una civilización que se autodestruye por falta de consciencia social, y ausencia general de recursos para contener esta galopante barbarie que, más pronto que tarde, acabará por exterminarnos.

Imparables, crecen las sombras en la caverna…

Y punto.

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