Los que hoy peinamos canas o jugamos la prórroga de una vida normal pero llena de emociones, esperanzas y violencias represivas, recordamos aquellos años de la década de los sesenta, cuando la juventud española iniciaba la marcha, lenta pero firme, de las reformas, los cambios y las libertades, en las universidades, en el tajo y en los campos, la política seguía solo asomando la cabeza, la cabeza de un comunismo y unos sindicatos que se movían en la clandestinidad, ni siquiera el socialismo se presentaba como alternativa.

En el fondo de aquellas movidas de fuerte valor humano y realista, el amor libre del mundo hippie era una explosión ácrata que nos atraía y nos llevaba a miles de jóvenes y jóvenas  a los campos de trabajo europeos, donde respirábamos oxígeno  e ideas para levantar un nuevo mundo.

Todo aquel maremoto de fiestas se ha venido derrumbando hasta convertir a nuestro país en un convento de Trento o un barrio musulmán donde se asesina a hombres y mujeres, sin piedad. Han llegado las falsas feministas, las progres y la dictadura del proletariado de los ultras de la izquierda, y los predicadores insuflados del sexto mandamiento, voces de unos ultras irracionales que levantan trincheras.

En este mundo español de la confrontación y el choque emocional, los perdedores somos las bases populares, pero sobre todo los segmentos sociales de mayores y ese mundo desconocido por el gran  público que es el mundo de  niños y menores, donde los abusos sexuales se tapan ostentosamente. Es un campo de minas que ha sido y es descrito valientemente por el doctor murciano, y su organización nacional, MARIANO PEREZ ABAD, y ese apéndice de partido, VALORES boicoteados por los medios de comunicación del pesebre oficial y privado, la ley de silencio donde la democracia se ha convertido en una guerra incivil de consecuencias inestables.

Ahora, ayer, las folklóricas de Podemos, han propuesto que las criticas a las políticas o insultos sean delitos, por su «carga» machista, eso sí, las tarascadas y los atropellos en el Parlamento, se perdonan.

Efectivamente, los populismos siguen en sus intentos de violar a la democracia española, aún adolescente. Y Sánchez, el sumo sacerdote del convento, los bendice por sus pecados, y a nosotros, el pueblo, nos toca la penitencia, y te invitan las odaliscas vírgenes, a practicar el sexo místico, pero en sus monasterios o fuertes, dan rienda suelta a sus feroces onanismos androfóbicos.

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